lunes, 21 de febrero de 2011

El marido de mi mujer

Hoy tuve un sueño extraño: soñé con mi mujer, bueno, mejor dicho, con mi ex- mujer.
soñé que estaba con la Susanita, esa chiquilla riquísima que está en mi curso de literatura peruana y que se nota que quiere conmigo.
el otro día hasta me enseñó sus poemas, unos poemas malísimos por cierto. no había leído cosas tan estúpidas y asquerosamente huachafas desde la época en que paraba con la gente de Hora Zero, ¡esa gente, carajo!, pero qué chucha, así se empieza, y luego qué rico. que agarre confianza nomás y hasta mudita la voy a dejar, sólo va a abrir la boca para gritar y para ¡ahhh!...
bueno, sin más cháchara, anoche soñé que estaba con la Susanita y con una vieja ciega a la que ella llamaba tía, estábamos todos sentados en una mesa larga de madera con unas ropas ridículas, supuestamente trajes de la edad media, porque la tía, que también había enseñado literatura, pero literatura española, y que estaba medio loca, se creía uno de los personajes del Mío Cid, obligaba a todos a vestirse de esa manera, al menos a la hora de comer.
francamente no sé por qué demonios le hacían caso, si la vieja era ciega; pero, total, era un sueño, así que vale todo, ¿no?, la cosa era que durante toda la comilona me la había pasado calentado a Susanita por debajo de la mesa con la punta de mi pie descalzo, cuando de pronto la muy puta se sube a la mesa, se sienta delante de mi y se baja los calzones, al toque me le aventé encima, qué me quedaba, pues, eso si, todo con mucho respeto, ni un gemido como para que la tía no se dé cuenta y siga recitando nomás sus cantares del Cid.
me costó taparle la boca a la niña que casi me arranca un dedo. de pronto, cuando estoy a punto de darla, levanto la cara y estaba mi mujer, digo, mi ex- mujer, vestida de camarera de los años sesenta como las que hay en Los Años Maravillosos, un restaurante de San Isidro al que le gustaba que la llevara para sus cumpleaños. ahí nomás, de verla, de puro susto y algo así como vergüenza, se me muere. Susanita me reclama, me pide que siga, que no me detenga -¿qué?- le pregunto distraído, me aprieta contra su cuerpo, pero no puedo, mi ex-mujer se caga de risa -ya no eres el mismo- me dice, creo que sólo yo la escucho. la perra de Susanita desesperada. pobrecita. retorciéndose en la mesa de lo arrecha que la dejé. es lo más triste que he visto en los últimos tiempos, si los sueños cuentan. una mujer abandonada a mitad de orgasmo.
por que habré soñado eso, será por lo solo que me encuentro últimamente, será que he empezado a extrañar a María Cristina.
mañana serán ya dos años y medio desde que nos vimos la última vez cuando salió la sentencia de nuestro divorcio. que extraña me suena la palabra nuestro.
en realidad ya nos habíamos encontrado en la presentación de un libro de poesía de un amigo común, pero eso no vale, con la justas nos saludamos.
pensé que no iba a afectarme si la veía, pero ese día casi vomito el corazón. -qué pasa hombre- me preguntó Ramón, "Sábado" que era como lo conocíamos los de la patota de la universidad porque para él todos los días eran sábado, -has visto un fantasma o has estado chupando anoche, mira como te tiembla la mano huevón- yo no podía desprender la vista de María Cristina, pero para sacármelo de encima le contesté que había visto al fantasma de Julio Ramón Ribeyro afuera y lo dejé riéndose de mi y haciendo un escándalo de putamadre entre los periodistas para ir a perseguir al fantasma ¡que laberinto!. Sábado sigue siendo el mismo. no es mi problema.
ella estaba muy guapa. mucho mejor que cuando vivíamos juntos, mucho mejor que cuando estaba conmigo, yo la conducía a la mediocridad, o sería simplemente que el convivir con alguien te resta el deseo y esa separación había logrado que ese deseo renaciera. Moraleja: no volver a convivir con nadie, tirarse a la vecinas nomás o convertir a las tiraditas en parte de la vecindad, mejor lo primero que lo segundo. pero no convivir.
me acerqué a ella. me quede mirándola. ella se sorprendió al verme -que bien estás, estás muy guapa Mari- le dije -no me llames así quieres- me contestó -pero a ti... ¿qué te ha pasado?, te ves muy mal, se te cayó más el pelo, engordaste, no sé que tienes pero te noto diferente. me bajó los ánimos. pasó un ángel. -qué tal- me preguntó por compromiso, creo que se dió cuenta de lo ácida que había sido conmigo -llegaste a terminar tu tesis-
-si, si claro... hace tiempo
-conmigo a tu lado jamás la hubieras terminado ¿no?
-qué dices Mari...
-ya te dije que no me llames así
-bueno pero por..- me interrumpió -perdón- dijo, se levantó con esa elegancia que nadie se la quita aunque la metieran en un campo de concentración Nazi y la dejaran calva, le dio la mano a un tipo con cara de imbécil que se acababa de acercar. se fueron del brazo hacia la calle. miré hacia los lados. nadie se ganó con el desplante -que suerte- pensé.
pasaron diez minutos. salí a la calle también. además había mucha gente ahí que no me soportaba para nada, es que la gente no acepta las críticas y no entienden que ese era mi trabajo en el periódico, por supuesto Sección Culturales. mediocres de mierda.
salí, me fume un par de cargaditos. me sentí solo, pero no tanto como hace un rato entre tanta gente, solo, pero no tanto como cuando traté de hablar con María Cristina. horrible encuentro.
de eso ya como ocho meses. volvía a soñar con ella después de ocho meses. cómo pasa el tiempo.
seguramente está viviendo con ese huevón, por eso ella quería tanto el divorcio. obviamente moría por casarse con ese huevón, ella no es de las que conviven así sin más ni más, menos sin tener una ley que la respalde. toda una bruja. menos de las que simplemente tienen sus pichanguitas sin mayores compromisos. aunque no creo, ella tiene mejores gustos, se casó conmigo, bueno también se divorcio. que mujer tan voluble o yo la dejé (¿?)
ni me acuerdo por qué no pudimos seguir viviendo juntos. creo que era muy celosa, de todo me jodía la pita. locuras de las mujeres, de todo sienten celos. DE TODO. hasta cuando uno se la corre frente a ellas, creen que es porque uno tiene por ahí a una tal Manuela y con eso la recordamos, no entienden que es por puro gusto.
debí nacer cabro ¡carajo!, como el Gonzalito, ese huevón o mejor dicho ese huevas tristes, si que no se hace problemas, la pasa fenomenal de loca.
me ha provocado ir a verla. supongo que las cosas para ella no fueron fáciles, pero después de tanto tiempo ya debe habérsele pasado la cojudez y ya debe tener las cosas bien claras, porque el que yo la visite no quiere decir que quiera regresar con ella ¿no? es verdad que le tengo cariño, pero ahí no más, que se me baje del micro. no la amo ni la amaré nunca.
me da rabia que no le baste que la quiera, cuál es la diferencia. EGOCÉNTRICA.
debimos tener hijos, ella nunca quiso, -¿y mi carrera?- me decía, puras artimañas para no atarse más a mi.
y si me bota de su casa. bueno, al diablo. quiero verla, somos adultos, que frase para estúpida, pero cuando se saca de la manga siempre resulta.
que delicioso olor a mar, me altera un poco, sólo un poco. todo está bajo control huevón, no te me emociones.
me enfría las entrañas, siento como si el corazón se me hubiera desprendido de donde se supone que está sujeto y cayera hasta donde están mis intenstinos, llevándose de encuentro todos los órganos que están entre ellos. osea ya no tengo ni estómago, ni hígado, ni páncreas, ni nada. todo lo tengo revuelto. soy una masa que avanza sin saber hacia donde.
creo que por fin el cargadito me ha empezado a hacer efecto. en este mundo hay que estar loco o drogado para poder vivir.
hay pocos carros, tendré que volver a casa a pie, eso está bien. adoro caminar, pero detesto cuando los cabros como los que están en la esquina empiezan a ciriarme. PUTA, últimamente tengo más acogida entre los cabros que entre las mujeres. no digo, debí nacer cabro. QUE ASCO, que huevadas estoy pensando. María Cristina que linda que eras. la tajada de luna que veo me hace recordar tu sonrisa, bueno cuando te reías ¡maldita! porque ahora estás más amargada que esas hierbas de Hercampuri que tomabas para adelgazar. ya no eres la de antes.
por qué me trataste así en la presentación ¡pedazo de estúpida! dónde estarás, a dónde te habrás ido con ese huevón ¡carajo!.
la pasividad de la madrugada celeste, casi turquesa, me la quiebran junto con mis lentes una manada de pitucos mal paridos que pasan en su auto. uno de ellos, sólo porque le provoca, saca medio cuerpo; si se le puede llamar cuerpo a esa porquería de gelatina colorada que está más que envuelta, escondida seguramente de pura vergüenza en una camiseta; por la ventana y me da con un puñetazo en plena cara. ¡Puta madre!.
recojo mis pedazos de lentes y de cara y comienzo a caminar más rápido hacia casa. sólo ahí puedo estar a salvo. Lima de mierda, vida de mierda.
mi paso apurado, ultraviolento me hace recordar la música de Rata Blanca, ese grupo argentino que Paco, mi vecino, siempre escucha a todo volumen y que hace poco me prestó como garantía de una botella de pisco que me pidió, según él para cocinar.
seguramente que él ni por enterado que todo el barrio notó que había armado una orgía en su departamento.
las viejas estaban haciendo bochinche al día siguiente para echarlo de la quinta. las brujas querían que firme una carta de reclamo contra el pobre huevón, yo no quise, no es mi problema. además, si se va quién me va a devolver mi botella. la verdad, no quiero que se vaya, es que es el único tipo más o menos interesante con el que se puede hablar de vez en cuando.
apuro más el paso. la música de Rata Blanca me invade la sangre "...No seré uno más, nunca más / vos me diste libertad..." pero hace tiempo que sé que soy uno más, y lo peor que no sé bien que hacer con mi libertad. María Cristina, en que me has convertido.
por fin en casa. por fin a salvo.
entro. me tumbo en la cama, sólo me saco los zapatos que ya me estaban reventando los uñeros y me arranco la corbata prácticamente con todo y cabeza. duermo, espero no volver a soñar.
una timbrada me despierta, carajo por qué tiene que durar tan poco la noche y el día ser tan largo, no he dormido nada. me cago de sueño todavía.
arrojo el despertador tratando de apretarle ese botoncito verde; que nunca encuentro cuando todavía tengo los ojos opacos y pegotes por la legañas; que hace que se calle. pero la timbrada sigue.
era el teléfono. pobre despertador, por las puras pagó pato. quién carajo será a esta hora. ¡Aló! ¿quién? -hola soy yo... sería posible que nos viéramos...?
-¿María Cristina?
-no... perdone la hora, soy Susana, Susana Ríos, la de la clase de literatura peruana, usted me dio su número... me dijo que lo llamara cuando quisiera, cuando lo necesitara.
-Ahhh, si Susanita que tal, qué hora es- me froto los ojos.
-ya es medio día y lo llamaba para saber si sería posible que almorzáramos juntos y tal vez pueda comentarme algo sobre las cosas que le di para que leyera...
-Ah si Susanita, mira la verdad, es que ahora me es imposible... qué tal si nos encontramos mañana a eso de las 8 de la noche, en el cafetín ese nuevo que han puesto por la Plaza San Martín. bueno, si no es muy tarde para ti ¿si? ahora tengo una reunión con los del Decanato- la verdad, no tengo ganas de verla.
-claro profesor, no hay problema... como usted diga, chau
-chau.
-AY Susanita- pienso -si supieras el sueño que tuve y un fugaz sentido de culpabilidad se me viene.
me despertó, pero en fin. buena manera de empezar el día, es una pena que esté loquita por mi, justamente ahora que tengo la cabeza en otros asuntos más de gente mayor.
ya que tengo el teléfono en la mano no puedo evitar llamar a Mari.
el teléfono suena tres veces, alguien levanta el fono y yo cuelgo. que cobardía. ahora no podré llamarla si no sabrá que fui yo y se reirá de mi igual que en mi sueño.
suena el teléfono. Lo levanto. -¡ALÓ!- grito como molesto -Tito?- me pregunta la voz al otro lado -¿quién es?- hace tiempo que nadie me llamaba así, y no era la voz de mamá, a no ser que me llamara del más allá, a lo mejor era otro sueño o peor a lo mejor ya estaba muerto y yo ni cuenta. -Tito soy yo, María Cristina- continua la voz -Mari..., perdón ya no te gusta que te llame así- le digo en tono de cachonda -la última vez que nos... -no, me encanta que me llames así, pero sólo entre nos, tu sabes... la gente escucha ciertas cosas y ya está inventando cosas que no son, -bueno si-, le contesto un poco cortante. para adivinanzas ya está bien -qué pasa algún problema- le pregunto -no, no... sólo quería saber como estabas, y saludarte por tu cumpleaños.. -ah gracias-, ni había reparado que era mi cumpleaños, felizmente colgué el fono, hubiera pensado que estoy tan necesitado que tengo que llamarla para que me salude. -no sé... hace tiempo que no nos vemos, po...- continúa pero la interrumpo -Mari he pensado mucho en ti en estos días, crees que podamos vernos- le pregunto, -¡claro!, digo si...- noto que está emocionada también pero no quiere que se le note. -ven a la casa, digo a mi casa ¿puedes hoy? cómo a las siete- me dice -me encantaría, -pues vienes entonces, chau. -chau Mari... Me desinflo del gusto.
el día se me pasa lento. las clases, felizmente tengo clases, luego aplano calles un par de horas buscando libros, matando el tiempo. un rato en la biblioteca. me meto a un cine casi vacío a ver una película que ya estaba comenzada y que era de lo más extraña. sobre un tipo divorciado que quiere regresar a toda costa con su ex- mujer y por eso decide hacerse una cirugía plástica con la cara del amante de la mujer a quien el odia por haber sido el causante de su separación y que es en la actualidad su esposo.
ya son las siete, dejo la película sin terminar para ir donde Mari como acordamos.
toco el timbre de la casa. me da mucha nostalgia. pensar que hace dos años y medio atrás tenía la llave de esa casa, tenía la llave de todo o por lo menos me creía eso.
ella se sorprende, pero se alegra por mi puntualidad. era algo que de casados siempre me exigió y yo nunca pude cumplir. como que uno se revela contra las cosas que se nos quieren imponer sin darle mucha importancia si en realidad nos convendría el cambio o no.
escucho un llanto. guardo mi arremolinamiento de palabras, siento que se me salen los ojos. -un momento- me dice -es Camila, debe tener hambre, es una niña linda, ven para que la conozcas.
la casa, nuestra casa ya no es lo que era, ya no es nuestra tampoco, es cierto. está totalmente distinta, la desconozco. me siento intruso.
sigo a Mari, entramos al cuarto de Camila. me quede mudo, era linda, igual a ella pero en miniatura.
lloro igual que Camila. no puedo evitarlo, aprieto los ojos para que no se me escapen las lágrimas pero igual lo hacen. siento vergüenza. los dos lloramos de hambre pero de diferentes tipos de hambre.
Camila se calma en los brazos de su madre y se reacomoda en la cuna. me calmo también, pero nadie me acuna. -sería mucho pedir- me pregunto.
María Cristina me cuenta que su marido -el tipo con cara de imbécil con el que fuiste a la presentación en la que nos encontramos- le pregunto -ese era un imbécil, pero su hermano no y él es mi marido, es agente viajero- le digo que igual debe tener cara de imbécil total son hermanos y hay cosas de familia que no se pueden dejar de lado. ella se enoja un poco conmigo pero no tanto, ya conoce lo bestia que soy para hablar a veces.
saca una botella de vino y comenzamos a beber. se supone que festejamos mi cumpleaños.
se divierte muchísimo con mis aventuras o al menos eso creo, ella siempre fue muy buena anfitriona. me siento muy bien a su lado, tiene muy buen sentido del humor, me hace recordar uno de los detalles que hizo que me casara con ella.
ella también me cuenta lo suyo, parece que el tiempo que estuvo sin mi le sirvió para sacarse un gran peso de encima y comenzar a vivir.
me siento su amigo, sé que siente lo mismo. la pasamos brutal. nos acabamos la botella y sin querer o bueno si queriendo, lo confieso; pero en todo caso sin planearlo, terminamos haciendo el amor.
la ventaja que encuentras con amores que no son improvisados es que ambos sabemos por donde atacar.
me conmueve mucho saber que no se olvidó de muchos detalles que me gustaban, y es recíproco. tengo miedo de pensar que pasará después de esto. mejor no pienso.
noche maravillosa. me despido. se me ocurre que ella si sabía que esto pasaría, antes no lo hubiera pensado, pero es que ella ha aprendido mucho, es un mujerón, sabe por donde pisar. la admiro más que nunca. me he vuelto a enamorar.
debo olvidar esa noche, ella lo va hacer. fue sólo una travesura suya como para demostrarme que es una mujer diferente. en realidad ella sólo se está probando algo a sí misma que no sé que es, pudo haber sido otro huevón, por suerte o por mala suerte fui yo o tal vez soy ya el enésimo huevón con el que anda probándose a si misma algo.
"no pensar" esa debe ser mi consigna. me repito "no pensar" mil veces como autoconcientizándome. total no se volverá a repetir, su marido que es agente viajero vuelve mañana.
salgo de su casa y me pregunto si querrá seguirme viendo. tal vez deba hacer lo de la película que vi por la tarde, eso de cambiarme la cara por la cara del marido actual y convertirme en su amante, pero no tendría suficiente dinero para una operación de ese tipo. también se me viene a la mente otra película, Tarde de perros y si asalto un banco para tener dinero para mi cirugía facial. saco cuentas sin percatarme de mi realidad como si estuviera sonámbulo. me froto la cara para despertar. -que huevón- me digo riéndo y me voy a casa.
pensé de veras que no volvería a verla. pero qué culpa tengo yo si su marido sale tan seguido, qué culpa tengo si, cada vez que él no está, ella me vuelve a llamar y yo salgo corriendo como un perrito.
desde ese momento no he dejado de verla. vaya regalo de cumpleaños que me dio la canalla. estoy enamorado nuevamente de mi ex- mujer, mejor dicho de mi mujer y por suerte, más que para mi para todas las mujeres en general, no tuve que hacerme la cirugía y ponerme la cara del imbécil del marido de mi mujer.

Lince

Juan Solís pintaba delicadamente sus uñas con un pincelito de manicurista. Su delicadeza no era la del amaneramiento de los maricas y travestis que revoloteaban en la calle donde quedaba su pensión. Tenía más que ver con la paciencia –o quizá con el adormecimiento– de quien tiene tanto tiempo a disposición que empieza a creerse eterno.
Faltaban tres días para su cumpleaños número veinticinco. Se lo hizo recordar la tarjeta que habían metido por debajo de la puerta. Era un saludo de cumpleaños. Nadie más que el banco en donde guardaba, hasta hace algunos meses atrás, unos pocos ahorros, habría sido capaz de recordarlo.
Dejó de pintarse las uñas. La pintura se le había acabado y el sonido del sobre, deslizándose por debajo de la puerta, lo había despertado de su letargo.
Se acercó, entonces, a su catre a llenar su pequeño frasco con más pintura.

A Julietita nunca le gustaron los escándalos. Desde muy joven había sido recatada.
Julietita vivía con su hermana, los hijos y los nietos de esta. Acostumbraba a dar una vuelta por el barrio todos los días entre las diez de la mañana y el mediodía.
Los transexuales que trabajaban en la calle donde estaba el hotel Ibiza, ubicado frente a la casa de Julietita, la cuidaban. Sobre todo “La Janis”, la faite del lugar y el puto más duro y más antiguo. Aunque no había mucho qué hacer porque Julietita siempre había sido muy querida por todos.
A Julietita le gustaba fisgonear desde una ventana de su cuarto lo que sucedía en la calle. Se excitaba oliendo su propia ropa interior mientras espiaba las empiernadas callejeras de las parejas eventuales.

Pero un día a Julietita se le ocurrió preguntarse que se sentiría tener a un hombre haciéndole todo aquello que veía. Ocurrencia que le había llegado a una edad que, según comentarían las vecinas a la prensa, resultaba “bastante impropia”. Tendría, quizá, ochenta años, para entonces, o algo más.

Juan Solís iba al mercado que estaba a la vuelta de su casa, en la misma manzana. No tenía un día definido para ir de compras. En realidad, jamás había tenido definido nada. Iba por víveres solo cuando el dinero y el hambre correspondían entre sus posesiones.
Julietita, en cambio, lo hacía todos los días. Ese jueves compró unas rosas para llevar a su casa y, como siempre, se quedó parada en el umbral de la puerta del mercado viendo pasar a los autos.
Solís pasaba por la misma puerta cuando un hecho fortuito hizo que la bolsa del arroz se le rompiera. “Comida con tierrita, no deja de ser comida”, se dijo y comenzó a reunir los granos de arroz, mezclados con algo de la suciedad de la acera, para meterlos en los bolsillos de su saco.
Julietita se acercó al muchacho y, amable como siempre lo había sido, se presentó con una formalidad de otros tiempos. Él no respondía, no le interesaba lo que la anciana le dijera, pero algo de aquello se le quedó resonando en la cabeza: “almorcemos juntos. En mi casa no hay nadie durante las tardes. Me dejan una olla de comida que puedo compartir contigo… vivo aquí cerca”.
Solís pensó que vivir un poco a la vieja no le vendría nada mal, y que con algo de paciencia podría tomar, de vez en cuando… solo de vez en cuando, algunas baratijas para vender y agenciarse de algún dinero que le permitiera alimentarse mejor de lo que hasta ese momento lo había hecho. El hombre aceptó a la primera la invitación, y más rápido que pronto se le hizo costumbre.

Juan Solís sentía indignación y hasta un odio psicótico cuando pasaba por la calle donde quedaba su pensión. Los putos lo molestaban con ofrecimientos que a él le resultaban nauseabundos, en especial “La Janis” que cada vez que lo veía pasar sacaba su larga lengua y la movía eléctricamente como si fuese la de una serpiente olfateando el ambiente.
Hace mucho que Solís no estaba con una mujer. Después de la última novia –si se puede considerar así a una chica a la que se le invita todos los sábados al cine hasta que ella decide irse a vivir con otro– Solís solo había pagado por sexo. Le resultaba más práctico y con un destino más transparente y menos doloroso. Pero desde aquello, también, había pasado demasiado ¿diez meses? ¿un año? ¿dos? Ya había perdido, realmente, la cuenta.

A Julietita le gustaba contar mentiras. Le había dicho a Solís que su familia era dueña de una fábrica de zapatillas y varios inmuebles. En verdad no mentía, solo se le mezclaban realidades de otras épocas con sueños inconclusos, quizá de ella, quizá ajenos.
A la anciana le gustaban las flores y le pedía a Solís que se las regalara. Él las recogía del cementerio que estaba a unas cuantas cuadras del barrio. Estaba solucionando sus problemas de alimentación y a veces, incluso, de vivienda. Julietita tenía ahorros y no dudaba en darle dinero si él lo necesitaba. Ella lo creía, ingenuamente, su novio.
A Solís, sin embargo, le daba asco la vieja. Su olor ácido, su aliento fétido, su estúpida conversación lo enloquecía hasta el punto de no poder dormir por las noches. La sensación de estar oyendo, todo el tiempo, la ronca y quebrada voz de la anciana lo sobresaltaba. Solís hubiera preferido cogerse a uno de esos putos que tan encabritado lo tenían, pero temía que lo robaran.

Dos meses después de las diarias visitas a comer, Solís y Julietita decidieron ir al cuarto de él. Solís la había engañado diciéndole que la llevaría a su casa para ser él quien, esta vez, invitaría el almuerzo. La verdad es que buscaba hacerle firmar la carta poder para empezar a cobrar la pensión que el Estado le pagaba a la vieja.
Le pidió a la octogenaria que fuera lo más elegante que pudiera, y ella salió de casa con un traje ridículo, casi apolillado y que seguramente habría resultado ser un traje de gala en algún tiempo lejano.
Julietita tenía miedo, su condición de señorita no le permitía no sentir culpa al ir a la casa de un hombre que vivía solo.
En el cuarto, Julietita le pidió a Solís que la desvirgara, pues estando cercana de la muerte quería irse de este mundo sabiendo cómo era tener un hombre dentro.
A Solís, ese pedido que sonaba a súplica de quien está en su lecho de muerte, le causó un agobio tan inmenso que los oídos se le taparon. La imagen de penetrar a uno de los maricones de la calle invadió su mente, solo podía oír sus risas, sus tacones golpeando el pavimento de un lado a otro, y ver, como en una película vieja y muda, a la anciana que estaba debajo de él.
Solís cubrió con sus manos la boca desdentada de la mujer que no dejaba de gritar aterrorizada desde que el hombre comenzó a sacarle los calzones. Juan Solís estaba como endemoniado, sin poder oír, sin poder sentir otra cosa que el agujero que imaginaba estar rellenando. Veía, en el rostro de la vieja, la cara de “La Janis”, gritando de placer, rogándole por más, con una voz femeninamente impostada que Solís estaba orgulloso de poder arrancar.
El caos pronto terminó. La vieja se desmayó y Solís totalmente demente comenzó a llenarla de elogios. “Siempre quise tener uñas tan hermosas como las tuyas, así… pintadas de rojo… mi Janis, mi Janis”. Solís se acercó a la anciana que seguía desmayada. Le tapó la boca con una camiseta de Galletitas San Jorge y le cortó la oreja con un cuchillo.
“¡Qué rojo tan intenso! Mis uñas sí que quedarán hermosas… rojas, brillantes. Como papá nunca me dejó tenerlas”.
La fuente de donde obtenía el rojo intenso ya se había secado. Solís tuvo que abrir otro canal. Ni las orejas ni los dedos cortados chorreaban ya sangre, lo habían hecho mientras la mujer estaba viva, pero ahora todo su manantial se había secado de golpe.

domingo, 8 de noviembre de 2009

De olores y dolores de Buenos aires

“Para saber de dónde viene un hombre
es necesario olerle las manos .
Para saber a qué se dedica, tocárselas.
Pero para llegar a comprender su alma hace falta
descubrir los escondrijos de su concupiscencia”
J.R. “El genio y las castañuelas”


Las ciudades también sudan
Llegué a Buenos aires hace dos veranos, casi tres. El primer olor que sentí –después de haber aspirado el empalagoso aromatizador del taxi que me trasladaba desde Ezeiza– fue el del gas que corría por las tuberías de la ciudad. El aspecto de las calles no variaba mucho entre mi original San Miguel, de Lima (y su olor a mar) y el de Villa Urquiza; pero el olor de éste, mi nuevo barrio, incluso más que la imagen del Obelisco que vería al día siguiente de mi llegada, me gritaba mi actual realidad.

En Lima, hasta el momento de mi partida, no había sido instalado el servicio de gas, el consumo se hacía por balones. Detectar gas en el ambiente significaba para mí un riesgo de fuga que podría terminar en una tragedia. Sentir aquel olor en toda la ciudad –según mi experiencia- me producía, entonces, una sensación de angustia, que se aquietaría unos días después, algo menos de una semana.

Cuando mi olfato consiguió acostumbrarse y en consecuencia, dejó de distinguirlo, tal como me había ocurrido con el olor del centro de Lima , comencé a detectar otras sutilezas aromáticas que aparecían o desaparecían dependiendo del rincón porteño en el que me encontrara.

Cada ciudad tiene un olor, igual que la gente, e igual que la gente, cada recoveco de la ciudad tiene, a su vez, un olor característico.

Entre el dolor y el placer

Los olores son huellas de los quehaceres de un ser, de su estado de ánimo y de aquello que come, en sentido literal y figurado. La ciudad es un organismo más real de lo que aparenta y menos simbólico de lo que podría intuirse. Las ciudades nacen, crecen, se reproducen y lo mismo que los hombres se conducen, inexorablemente, hacia la muerte. Los tejidos de las ciudades son las instituciones y estos están compuestos por células; sus células, los hombres .

El ser en-sí es lo que es por su relación con el mundo (ser-en-el-mundo). Los actos de este hombre irán dejando huellas en su cuerpo y en su historia y todo ese conjunto de cristalizaciones descubrirán su esencia de ser en-sí. Sus experiencias y sus actos únicamente pueden ser sentidas a través de su cuerpo. De igual forma, una ciudad va generando su temperamento social a partir de sus experiencias, las mismas que quedan plasmadas en su cuerpo de cemento como patrimonio. La experiencia con los olores es –al igual que la música, según Nietzsche– una experiencia dionisiaca.

Los olores no son representaciones de la vida, sino que son detonadores que a través de la memoria nos hacen vivir dimensiones reales trasladando al sujeto hacia una experiencia tan concreta como el hecho mismo. Son una suerte de alborada para nuestras pulsiones adormiladas por la cultura . El olfato es una puerta conductora a los recovecos más profundos de nuestra psiquis. De hecho, aunque haya pasado mucho tiempo, algunos olores pueden trasladarnos de la vejez hasta la niñez.

¿Será qué los olores por sí mismos nos causan placer? o ¿qué es el aroma relacionado con el recuerdo del placer lo que nos genera una sensación de bienestar? Aristóteles se inclinó por la segunda hipótesis:

“No diremos que los que gustan del olor de las manzanas, de las rosas o de los perfumes que se queman sean intemperantes en materia de olores; más bien lo diríamos de los que gustan del olor de las esencias y de las viandas, porque los intemperantes gozan con estos olores en cuanto les recuerdan las cosas mismas que desean apasionadamente. “También podrán verse otros que, cuando tienen hambre, se complacen sólo con el olor de los alimentos. Gustar de los placeres de este género es propio de un hombre intemperante; porque sólo el intemperante ansía vivamente todos estos objetos de goce. “Los animales, distintos que el hombre, no conocen el placer que dan estas emociones sino de una manera indirecta; y así, los perros no tienen placer precisamente en sentir el olor de las liebres; pero sí le tienen muy grande en comerlas; y el olor es el que causa en ellos esta sensación” .

Sin embargo es necesario no perder de vista que uno solo recuerda aquello que ya no es parte del presente, aquello que es ausencia y como tal, de alguna manera, pérdida. Un hombre que ha perdido algo es un hombre que desea y en tanto desea y no se ve satisfecho, sufre. Este sufriente irá constantemente en busca de aquello que le dio placer, aunque este objeto del placer vaya cambiando de rostro, conjuntamente, con las experiencias del camino. Entonces, este hombre devendrá en un condenado a no hallar lo que busca. Pero su psiquis como mecanismo para ahorrarle esa condena dolorosa hará que rebaje sus pretensiones de felicidad.

Se produce, con lo explicado, aquello que Freud llama la transformación del principio del placer por el principio de la realidad: “El ser humano ya se estima feliz por el mero hecho de haber escapado a la desgracia, de haber sobrevivido al sufrimiento”, entonces, el hombre se “conforma” con el olor que le regalan los recuerdos placenteros. La única manera de llegar hasta el objeto deseado es a través de los sentidos, porque son estos nuestro puente con el mundo exterior. Pero no todos los olores nos trasladan hacia recuerdos placenteros, también es factible lo contrario. Ciertos olores pueden reproducir experiencias dolorosas. De ahí que afirmamos que la experiencia del recuerdo a partir de los olores es una experiencia dionisiaca en los que conjugan las pulsiones de vida y de muerte.

Aroma y pulsión
En Buenos aires cada rincón tiene su olor característico. Darse una vuelta por Caminito es sentir el olorcillo pútrido del río; caminar por la Costanera sur, sentir el olor a chorizo a la parrilla; ingresar por los túneles del subterráneo es orines, sudor y faena. San Telmo es olor a marihuana, a veces, otras, a libros viejos; algunos barrios alejados del Centro son olor a parrilla y a excremento de perro; la estación Julio A. Roca huele a fritas y arepas colombianas y si uno camina por la parte trasera de la estación, metiéndose por las callejuelas por donde se ofrecen, seductoras, una variedad de reses humanas, los olores de fritangas empiezan a perderse bajo el dulcete de los perfumes truchos, los coloretes de ocasión y el inconfundible aroma de los desinfectantes provenientes de los “telos” de mala muerte.

Al anochecer, los olores van cambiando. Avenida de Mayo huele a café. Corrientes huele a inciensos por la tarde y cuando la hora avanza, –y el caminante se va aproximando hacia la zona del Abasto– de algunos rincones te toman por asalto los sudores ácidos de los marginales . El olor a cerveza y a vino empieza, también, a apropiarse de las narices novatas.

Cada olor, agradable o no, cuando logramos distinguirlo nos conduce hacia un recuerdo. Pero también olemos sin darnos cuenta que lo hacemos y reaccionamos sin ser conscientes que nuestro actuar es parte de una cadena, de una consecuencia y de una reacción. Las feromonas, por ejemplo, nos hacen elegir a nuestra potencial pareja sexual. Hay olores que matan la calma y no-olores que matan las posibilidades del recuerdo y de otras búsquedas . Schiller dice en uno de sus aforismos que “hambre’ y ‘amor’ hacen girar coherentemente al mundo”. Freud lo interpreta en su Malestar de la cultura con la siguiente explicación: “Bien podría considerar el hambre como representante de aquellos instintos que tienden a conservar al individuo; el amor, en cambio, tiende hacia los objetos: su función primordial, favorecida en toda forma por la Naturaleza, reside en la conservación de la especie”. (Freud: 1929).

Es necesario remarcar que tanto el hambre como el “amor” o, para ser exactos, las pulsiones sexuales, rastrean al objeto del deseo por medio del olfato, para esto no hace gran capacidad de entendimiento. El cuerpo sabe, naturalmente, qué es lo que necesita. Así, los recién nacidos, se arrastran absolutamente torpes e inútiles por el pecho de la madre, huelen la leche que reposa en sus pechos y cuales larvas escurriéndose sobre un cadáver que sirve de almuerzo, la usan como una lonchera móvil que, además, servirá de casa y de transporte hacia cada necesidad vital.

El olfato, a diferencia de la vista o del oído, nos lleva a no pensar con el cerebro, sino con las entrañas. Esta no-racionalidad que genera la experiencia olfativa y que es tan poco valorada por el espíritu del iluminismo –que aun nos domina– es lo que ha traído como consecuencia que el olfato sea uno de los sentidos que ha recibido menos atención por parte de ciencias humanas y naturales. El olfato como tal, ha tenido poca importancia para los teóricos de las ciencias naturales, el tema de los aromas, sin embargo es, hoy, mucho más que antes, una línea de trabajo que demanda gran actividad de los laboratorios que, constantemente, se encuentran en la búsqueda química de fragancias que imiten a las esencias naturales, tanto para el uso personal como para el ambiental. De hecho, la perfumería y la cosmética han resultado ser un gran negocio.

Según la Cámara Argentina de la Industria de Cosmética y Perfumería, durante el año 2008, se movilizaron por exportación de desodorantes 197,1 millones de dólares, mientras que por las de aguas de tocador y perfumes 19,9 millones de dólares. Con respecto a las importaciones realizadas en ese mismo año, se aprecia una inversión en lo referente a la demanda. Son las aguas de colonias y perfumes las que ingresan con mayor fuerza en el mercado argentino, con 47,6 millones de dólares, mientras que la movilización de dinero por la importación de desodorantes llega a 23,1 millones de dólares.

Resulta interesante preguntarse ¿por qué este ánimo por lo postizo? ¿por qué la necesidad de adquirir un aroma que es ajeno a nuestro cuerpo? ¿será que nuestro olor natural como consecuencia de la alimentación que llevamos, del estrés que experimentamos, resultaría insoportable sin un disfraz aromático?

Según Freud, otra de las fuentes del sufrimiento humano se halla en la supremacía de la Naturaleza . Esto significa que dominando la Naturaleza, el hombre, de cierto modo, lograría controlar una de sus fuentes de infelicidad. El sociólogo Anthony Synnott dice “Debemos distinguir diferentes tipos de olores: naturales (los corporales), manufacturados o fabricados (perfumes, contaminación) y simbólicos (metáforas olfatorias). Estos tres tipos no están aislados unos de otros; de hecho, en cualquier situación social, bien pueden estar presentes los tres, entremezclados” . Pero es para el investigador este último grupo de olores el que más le llama la atención, y en el que basa el sostén de su hipótesis: “La olfacción constituye una construcción moral de la realidad”.

Para Synnott el olor además de ser un fenómeno fisiológico es un fenómeno moral porque estos son considerados como buenos o malos por el sentido común , y muchas veces son usados para legitimar desigualdades raciales y de clase.

Tanto las afirmaciones de Synnott como las de Freud nos dan una pista sobre las interrogantes formuladas, en líneas anteriores, con respecto a la necesidad de consumo de fragancias por parte, específicamente, de los bonaerenses.

El olor de lo social

No hace falta ser un examinador muy sofisticado de la historia de Buenos aires para notar que esta es una sociedad construida en base a la llegada de las más diversas nacionalidades y culturas. El movimiento migratorio se generó iniciada su fundación y no se ha detenido desde entonces. La ciudad de Buenos aires, de hecho, es una ciudad hecha para el visitante, abierta, sin laberintos que le dificulten llegar al centro. Armando Silva distingue a la ciudad porteña como una de las notables excepciones, dentro de Latinoamérica, en las que no se busca combatir al extraño .

La necesidad de sentirse ensamblado, no sólo culturalmente, sino también, socialmente y de no correr el riesgo del displacer de ser discriminado podría ser una de las condiciones de esta masiva consumición de carácter inconsciente. Sin embargo, este estallido de ofertas de fragancias y, como consecuencia, de sofisticación para diferenciar los aromas por marcas, líneas y precios que se ha ido generando de parte de los compradores, ha fomentado, a su vez, que este intento de buscar un ensamblaje dentro del grupo cultural referencial, sea inútil.

Los aromas de las fragancias dejarán al descubierto la capacidad adquisitiva del comprador, estableciéndose, por el olor de la substancia usada, la marca de identidad de una frontera socio-económica que al dominante le interesará mantener vigente. “Las significaciones de una sociedad también son instituidas –afirma Castoriadis– directa o indirectamente, en y por su lenguaje, al menos en lo que respecta a una parte considerable de ellas […]. Pero también, y al mismo tiempo, la ordenación del mundo en conjuntos, o la organización identitaria del mismo, que la sociedad instituye, tiene lugar en y por el legein”.

Lo expuesto por Castoriadis nos obliga a examinar, aun superficialmente, las pistas que nos otorgan las creaciones lingüísticas con respecto a los aromas: Las expresiones: “olor a santidad” (que según la creencia popular huele a rosas), “en olor de multitudes” (frase que deviene de la anterior y que significa “con la admiración y la aclamación de muchas personas”) u “olor a pecado” (expresión para referirse a las feromonas o para ser exactos, bisulfito de metilo ) son algunos enunciados pertenecientes a la cultura popular, relativos a los aromas. Estas expresiones –y volviendo a lo sostenido por Synnott– llevan una contundente carga moral que juzga como “bueno” o “malo” los diversos tipos de olores relacionándolos a su vez con actos, sujetos u objetos calificados según los valores de la sociedad en cuestión. Así, tomando las expresiones ya mencionadas vemos que se relaciona el olor del sexo, o al propio acto sexual, con lo malo, que incluso huele a “pecado”, mientras que el “olor a santidad” no podría tener otro aroma que el de las flores, sentido como gratificante.

El Diccionario de Autoridades dice de la palabra olor: “Metafóricamente se entiende en las cosas morales por fama, opinión y reputación”. “Las palabras –como bien dice Foucault en Las palabras y las cosas– tienen el poder y la tarea de representar el pensamiento”. De la misma manera, los olores que sentimos tienen el poder de hacernos imaginar. El olor a sangre, por ejemplo, nos lleva a pensar en la muerte, quizá, en el peligro . Las construcciones gramaticales nos fuerzan a ordenar el pensamiento, este, mientras no ha sido procesado por medio de las palabras –expresadas o no– tiene más similitud con lo sensible, vale decir, con los sentidos.

La experiencia olfativa, como experiencia sensible, ha sido bien acogida por una Institución cuya materia prima se halla, no en los pensadores, sino en los “sentidores”, para usar el término con el que el propio Unamuno se califica. Buena parte de las frases y sabidurías populares cargadas de moral –como las que ya hemos visto– se han generado de los entornos eclesiásticos. Esta Institución –me refiero a la Iglesia Católica y sus derivados– ha usado y continúa usando: aceites, inciensos, hierbas, “palo santo” o cirios olorosos que contribuyen con la “entrega espiritual”, del inconsciente “oledor”, básicamente, porque las substancias que son quemadas contienen propiedades relajantes que al ser esparcidas son generadores de la paz y el sosiego, que los imaginarios sociales le atribuyen a las presencias divinas.

Las culturas antiguas ya sabían del poder que ejerce el olor sobre el ser vivo, específicamente sobre el hombre. Sabían que los estados de ánimo pueden ser cambiados según los olores captados –hoy llamamos a este conocimiento tan antiguo: aromaterapia. Si los olores pueden beneficiar nuestro ánimo y hacernos estar bien psicofísicamente, entonces, también, podrían perjudicarnos en todos nuestros aspectos e incluso llevarnos hacia la muerte.

¿Será que el olor de algunas ciudades esté influyendo en el comportamiento de sus habitantes? ¿Será que Buenos aires debe su temperamento a los olores de la que es “presa”?

Si un aroma puede curar a un individuo y por ende, también puede enfermarlo hasta llevarlo a la muerte, entonces, ¿será posible que una ciudad pueda hallar su salvación o destrucción en la propia fuente de sus olores?

Referencias bibliográficas
ARISTÓTELES. Ética a Nicómaco. Libro III, Cap. XI. Mestas ediciones. Madrid- España 2006.

CASTORIADIS, Cornelius. La Institución imaginaria de la sociedad. Tusquets editores. Buenos aires- Argentina 2007.

FOUCAULT, Michel. Historia de la sexualidad II “El uso de los placeres”. Editorial Siglo XXI. España 2005.

FREUD, Sigmund. El malestar de la cultura. Editorial Alianza. España 1984.

MONTAIGNE, Michel. Ensayos T. I. Cap. LV. “De los olores”. www.librodot.com

NIETZSCHE, Friedrich. El origen de la tragedia. Ediciones Andrómeda. Buenos aires- Argentina 2003.

SARTRE, Jean Paul. El ser y la nada. Editorial Losada. Buenos aires- Argentina 2005.

SILVA, Armando. La Ciudad como Arte. Parabólica, revista ilustrada, número 3, Sevilla- España.

SYNNOTT, Anthony. Sociología del olor. Revista mexicana de sociología. Año 65, núm. 2, abril-junio, México 2003.

miércoles, 27 de mayo de 2009

CIUDAD, MEMORIA E IDENTIDAD

-Una reflexión sobre la dialéctica de los valores que rigen el papel del Restaurador frente al Patrimonio Cultural-

“Hicieron un desierto
y le llamaron paz” (1)
PUBLIO TÁCITO

Planificar qué es lo que se resguarda como patrimonio cultural, desde la mirada de los grupos dominantes(2), no es una acción inocente –o por lo menos, sin consecuencias graves– es siempre la marca de una postura ideológica, pues responde a ideas y valores.
Para la Unesco, el patrimonio es la herencia de bienes materiales e inmateriales que nuestros antepasados nos han dejado a lo largo de la historia y que nos ayudan a forjarnos una identidad como nación.
Sería más exacto decir que esta reflexión de la Unesco expresa lo ideal, pero la realidad muestra que quien define aquello que se resguardará como patrimonio cultural, subrayando qué aconteceres son los importantes dentro de nuestra vida social, son los grupos referenciales.
Cuando en el Perú se logró acabar con las presunciones españolas de mantener al país como colonia, don José de San Martín, en 1826, mandó por decreto supremo a borrar los escudos españoles que se encontraban en el Torreón del Rey, en el Fortín del Real Felipe, acabando simbólicamente con la marca de dominación que se nos había impuesto.
La Catedral de Córdoba (España) es interesante porque reúne lo musulmán y lo católico en un mismo edificio. Se observa, entonces, una lucha por mantener en la memoria un contexto y olvidar otro.
Este tipo de hechos son sistemáticos dentro de la vida de los pueblos. Para continuar con los ejemplos, Stalin hizo desaparecer de los textos de historia la participación de Trotsky en la revolución bolchevique. Algo similar ha ocurrido en los textos escolares en donde el tema de los genocidios que sufrieron las tribus indígenas, durante la Campaña del Desierto en tiempos de la “Argentina libre y democrática”, brilla por su ausencia.
La historia no es lo que un pueblo ha vivido, sino lo qué éste recuerda y cómo lo recuerda, y estos recuerdos pueden generarse de manera aparentemente “espontánea”
(3), por trasmisión oral de padres a hijos, o, siendo menos sutiles, por campañas surgidas desde la autoridad.
El vencedor suele demoler todo aquello que haga recordar que existió otro grupo en disputa y crea su propia visión de la historia, convirtiendo en patrimonio cultural de una nación, sus propios recuerdos. Esto bien puede ser efectuado a la fuerza o por campañas de concientización sobre aquello que “debemos” sentir como patrimonio propio(4).
¿Es posible afirmar que la cultura oficial que está constituida, en parte, por el patrimonio salvaguardado es, en realidad, patrimonio de la clase dominante?
La cultura oficial, lo reconocido como patrimonio nacional, no responde a los intereses de los grupos subalternos.
Es inútil realizar campañas de conservación de aquello considerado como patrimonio, si la población que cohabita con este bien no lo considera como tal(5). Los resultados frente a situaciones de esta índole son siempre los mismos: destrucción de lo restaurado. Acciones que son consideradas como actos de vandalismo(6).
Los bienes culturales patrimoniales cristalizan la identidad de un grupo por ello no pueden ser impuestas –las autoridades solo deben cumplir con el papel de facilitadores–es la población la que determinará aquello que le da identidad a su espacio temporal o geográfico, determinando aquello que puede ser considerado como factible de conservar para dejar como legado.
La memoria de una comunidad es traspasada por sus imaginarios, tal como sucede con el individuo y la memoria que tiene sobre los hechos que ha experimentado y que no son acontecimientos recordados objetivamente, sino que están plagados de subjetividad y empapados de imaginarios personales.
Los imaginarios no pueden existir sin lo simbólico(7), es el objeto simbólico lo que le otorga “carne” a lo imaginario y es el patrimonio el que cumple la función simbólica para recordar aquello que conformará parte de nuestra memoria y que, como sostiene Halbwachs, implican reconstrucción y a la vez deformación de los acontecimientos.
Los planes de restauración deben tener presente que, siendo el patrimonio un legado que se desea dejar como herencia y recibir como tal, la primera consideración a tener es recoger el sentimiento de la comunidad hacia sus pertenencias y no tratar de imponérselas.

Existen dos tendencias dentro del campo de la Restauración. La que fundamenta su función en la importancia documentaria del objeto y, la que entiende el valor del objeto por su mero valor artístico.
La primera dejará pátinas que dan indicios de lo acontecido sobre el objeto patrimonial, mientras que la segunda tendencia mencionada, procurará refaccionar al objeto dejándolo en su estado originario, lo cual atenta contra las huellas históricas y la naturaleza documentaria del patrimonio.
En el Museo de la Casa Rosada, el retrato de Domingo Perón y Eva Duarte pintado en oleo sobre tela por Numa Ayrinhac, fue dañado con un objeto punzo-cortante. El hecho podría ser estimado como un acto vandálico si no fuera porque los personajes “atacados” y los daños simbólicos producidos en sus cuerpos son significativos: El cuello y los ojos de Eva Perón fueron marcados(8).
Los restauradores de este cuadro decidieron dejar estas pátinas como parte de la información del documento pictórico.
Este criterio no se ha seguido con todos los objetos considerados patrimonio. Se suelen borrar las pátinas que resultan traumáticas, desagradables o que se consideran actos de vandalismo, pero que de hecho son momentos trascendentales dentro de la historia.
Del bombardeo de Plaza de Mayo en 1955, solo han quedado, en las paredes de granito del Ministerio de Economía de la Nación, unas cuantas huellas del ametrallamiento aéreo, cuando ese acontecimiento produjo 300 víctimas.
De la matanza de indígenas ejecutada por autoridad de Julio Argentino Roca tampoco se tiene huellas públicas que contribuyan con la formación de una memoria colectiva sobre este acto puntual, sin embargo existen calles que llevan el nombre de Roca, los billetes de 100 pesos llevan su imagen –al reverso se muestra una imagen de lo que habría sido la Conquista del Desierto– y una de las principales estaciones de subterráneos y trenes de la Ciudad de Buenos Aires lleva su nombre: “Julio Argentino Roca”.
Esto evidencia un homenaje hacia un genocida por parte de la administración pública, ya que ni la emisión de los billetes ni la elección del nombre para una estación ni el nombre con que se “bautizan” las calles de una ciudad están bajo la decisión de la comunidad.
En este caso puntual podríamos tener indicios de una sociedad que desprecia aquello que no esté ligado con lo europeo o lo criollo y que para ser más precisos, desprecia lo autóctono y con ello, sus valores que contribuyen en la generación y en el fortalecimiento de las condiciones para la creación de una identidad social.
Regresando al tema central de este ensayo, la pregunta sería ¿La cultura evidencia su vandalismo cuando se ve enfrentada a otra que podría restarle preponderancia? El papel que tiene el restaurador-conservador podría en estos momentos, contradictoriamente, estar contribuyendo en esta suerte de vandalismo patrimonial.


(1)Referido a la destrucción de Cartago por los romanos, coyuntura conocida como “La Pax romana”.
(2)Gramsci, Cuadernos de la cárcel.
(3)No existe lo espontáneo dentro de la historia social. Halbwachs afirma: “cuando un grupo se ha hecho sentir largo tiempo con su influencia, estamos de tal modo saturados que si nos encontramos solos, actuamos y pensamos como si todavía estuviéramos bajo su presión (Los marcos sociales de la memoria: 199).
(4)Silvia Fajre: “El patrimonio siempre está ligado al impacto emocional de una comunidad”.
(5)Intelectualmente lo sabe “su patrimonio” porque así se lo dijeron, pero emocionalmente no lo siente suyo y no se siente comprometido a respetarlo, lo respetará solo si la Ley lo fuerza a hacerlo, pero esta es una estrategia absurda.
(6)Para la Real Academia de la Lengua Española, vandalismo es “el espíritu de destrucción que no respeta cosa alguna, sagrada ni profana”. Será legítimo preguntarnos entonces ¿es vandalismo el conjunto de acciones que ejerce un grupo que arrasa con la cultura de otro grupo humano? ¿La cultura criolla burguesa latinoamericana ha sido vandálica al imponer su cultura sin respetar a la cultura originaria?
(7)C. Castoriadis, La Institución imaginaria de la sociedad.
(8)Se estima que de no haber sido por el grosor de la tela, el cuchillo con el que probablemente se atacó a la pintura hubiera rasgado el cuadro.

domingo, 25 de enero de 2009

PARALELO (BIOBIBLIOGRAFICO)

Chicharrón me acompañó buena parte de mi niñez, la historia de este perrito maltrecho por la vida, y la grabación –con la voz de mi viejo- de El ruiseñor y la rosa y El gigante egoísta se disputaban los espacios, me gustaba llorar, esto como "el olor de las almendras amargas presagiarían, muchos años después, mi afición por los amores contrariados".
Pasó algún tiempo y me oculté del mundo en la Casa de cartón, a veces Vallejo me acompañaba, otras, de mejor humor, Eguren, la poesía me jalaba de los pelos, la sentía más cercana, musical, quién sabe si inocente. Pero yo… qué podía saber, juzgaba al mundo con el atrevimiento de la ignorancia. Los razonamientos de los cuentistas me parecían, simplemente, sospechosos.
Después llegó Pavese, Las Mil y una noches y llegaron también el muchacho de la vuelta de mi casa, el novio de una amiga demasiado confiada, y se fueron sumando algunas dagas que no llegué a comprender bien de qué filo cortaban la piel. No hay duda, "la única manera de llegar al corazón de un hombre es con un cuchillo", pensaba.
Kierkegaard me visitaba de vez en cuando y otras yo lo dejaba plantado en la puerta de mi cuarto para escaparme con Nietzsche. De vez en cuando, también, me quedaba debajo del toldo de alquiler de historietas que había en el centro de Lima, en el Parque Universitario –ya no existe más- ahí chismoseaba las de Hermelinda linda y las del Monje loco, ahí también descubrí Memorias de una pulga… cómo era rico perder el tiempo. A mi madre no le hacían gracia mis aficiones, comencé a dominar el arte de “leer” a escondidas.
Mucho había de razón en eso de que "el corazón tiene más cuartos que un hotel de putas" y que "la curiosidad es otra de las tantas celadas del amor". De puro distraída, terminé subida en el barco de Corto Maltés, vaya que recorrimos islas, países y mundos ocultos, devoré insaciable cada historia, aprendí de memoria cada página suya y Corto se aprendió las mías, así pasamos parte del tiempo leyéndonos y garabateándonos mutuamente, intercalando siempre con el Kamasutra para darle chispa al jugueteo, hasta que de pronto, se lo tragó el mar. "La gente que uno quiere debería morirse con todas sus cosas".
Todos los inicios son mejores que los finales, pensaba al recordar una frase que me quedaría prendida en la memoria: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento…”. En el amor es lo mismo. Si me preguntas en qué terminó Cien años de soledad, francamente no lo recuerdo, pero cómo recuerdo esa frase inicial.
Vagué como un cadáver que va a ciegas tras su alma, conocí a Julián Sorel que andaba en las mismas, detesté a los indigenistas y abracé la Tentación del fracaso, Gargantua me recompuso y Benedetti me adormeció, La educación sentimental me hizo recobrar las fuerzas a golpe de entendimiento, Las prosas apátridas me hicieron dudar, nuevamente. Después… algo de ciencia ficción –solo para darle gusto a él-, mucha imaginación mal escrita. Sin darme cuenta comencé a intercalar entre Los clasificados de los domingos, las cartas de mis amigos, mis propios y adefesieros textos y la gente que camina por la calle. Hoy… los resúmenes en las contratapas buscando desesperadamente una historia.

viernes, 19 de diciembre de 2008

Buena Mano

Sus ojos biliosos y opacos causaban escalofríos, no por la expresión de bestia enloquecida que llevaban, sino porque parecían ser el portal que encerraba a la propia muerte.
Olía a hollín. Había pasado toda la madrugada arrancando la hierba mala, reuniéndola y quemándola. Su mujer, vigilaba desde el umbral de la casa que terminara el mandado.
Él ya no la oía, sabía, sin embargo, qué significaban sus gestos. Tenía una manera de pedir, imponiéndose, que lo desesperaba, y esta sarta de encargos no habían cambiado mucho desde aquella primera vez que lo mandó a pintar las macetitas abandonadas en la parte trasera de la casa –labor que en ese entonces y hasta ahora, le pareció totalmente inútil y poco práctica.
Esa mañana florearon los limoneros que habían estado esperando. Era un día tibio y la mujer de Jacinto Bonifaz, sentada en el sofá, se había dejado ganar por la modorra mientras doblaba los pañuelos, que la noche anterior le había pedido que bordara al buenote de su marido.
Ese olor de los cítricos le trajo a Jacinto, desde el galpón de su memoria, los sueños abandonados de su juventud. Él no había querido para sí esa vida. Su anomia se transformó en resentimiento, pronto en ira y podría decirse que hasta en odio, aunque no contra su mujer, realmente, sino contra la suerte que la vida le había reservado.
Empuñó con fuerza la pala con la que se encontraba cavando el pozo para construir el pequeño sótano que su mujer le había encargado hace unos días. Se dirigió hacia la casa, se acercó a ella tan sigilosamente como un gato lo habría hecho, y le propinó a la inocente un golpe seco en el cráneo, causándole una muerte sin aspavientos.
Arrastró el cadáver hacia el pozo y lo enterró. Dejó las herramientas sobre el montículo y fue a darse un baño calmado, como hace mucho que no se lo daba. Se puso la bata de dormir y las zapatillas de cama y vio la televisión hasta que el hambre le pidió que preparase un par de huevos revueltos con salchicha y queso, salpicados con una pizca de orégano, un receta que se le había ocurrido una de esas mañanas en que hacía todo para todos, menos para él mismo, según sus propios sentimientos.
Muy temprano, a la mañana siguiente, lo despertaron los ladridos de unos perros. Su intuición y sin duda, algo de culpa acabaron con su adormecimiento dominical. Pudo oír también el sonido de unas sirenas. “Me buscan”, pensó.
De inmediato encendió el fuego de la parrilla y preparó el aderezo rojo a base de ají colorado y ajo.
Era común en esa región preparar asados en días festivos. Comenzó a desenterrar el cadáver de su mujer y lo trozó lo más rápido que pudo con la cortadora que usaba para las reses, luego le quitó los restos de tierra.
Sin ningún tipo de angustia, aunque con el rostro encendido y lleno de sudor por el esfuerzo físico, colocó las carnes a remojar en la tina que contenía los aderezos.
Tres horas después, las carnes reposaban en unas fuentes, habían adquirido una perfecta cocción, un maravilloso color y un delicioso aroma.
Los inspectores llegaron a casa del buen Jacinto. Él los invitó a pasar a su pequeño terruño, les alcanzó una sillas y continuó calentando las carnes mientras echaba a la brasa también algunas papas.
Jacinto estaba tranquilo y le contaba a la policía sus secretos para hacer una buena parrilla o un asado en su punto. “La selección de la carne, por ejemplo, es fundamental”, decía, “así como la calidad del fuego y la paciencia”.
Los policías se miraban entre sí. Para no perder más tiempo, decidieron preguntar por aquello que los había llevado hasta ese pueblo.
“Señor Jacinto, ¿ha oído hablar de ‘lavado de dinero’ por esta zona?”. Don Jacinto que era hombre de campo y que no tenía la menor idea de lo que la policía estaba hablando, contestó serio: “Aquí no nos preocupamos por esas cosas señor jefe, aquí entregamos el dinero así nomás, sucio, como esté, si igual con las manos de trabajo se va a terminar ensuciando”. La policía se dio cuenta que Jacinto no iba a poder brindar ninguna información valiosa, así que rieron un poco con éste, le aceptaron un vasito de buen vino y un plato de asado.
Los perros de los inspectores también gozaron del banquete, el fuerte aroma del ají y del ajo habían distorsionado las reales cualidades de la carne que los hombres engullían.
Los inspectores se alejaron con la panza llena y felicitaron a Jacinto por su buena mano. Era la primera vez que lo felicitaban por algo.

sábado, 6 de septiembre de 2008

Motor creativo del escritor: ¿La melancolía o la soledad?


“Es un humor melancólico…,
fruto de la pesadumbre de la soledad,
lo que me metió primero en la cabeza
la ilusión de lanzarme a escribir”.

MICHAEL DE MONTAIGNE


A los trece años empecé a caminar sobre las nubes. Atención: no digo que aprendí a volar, que además de ser falso pues no es el caso, sería trillado, ya que esto de volar como imagen ligada a la imaginación infantil, está más que utilizada.
Al caminar por las nubes me refiero a la sensación de libertad plena y al mismo tiempo de angustia ante la idea de terminar cayendo al vacío. A los trece años, para resumir: empecé a escribir.
A esa edad, un poco antes de iniciarme, no sé si por coincidencia, nos fuimos de casa de la abuela, donde había pasado, hasta ese momento, toda mi vida. Me esperaba entonces, un profundo vacío, lejos de los amigos y del barrio conocido en el que solía rasparme las rodillas, andar en patines y pasear en bicicleta.
Mi nueva casa, se ubicaba en un barrio muy calmo, a unas cuantas cuadras de un acantilado, rodeado de parques y de casas residenciales. Ahí crecí y no me costó tanto, como había imaginado, acostumbrarme.
En ella, la práctica de la escritura se empezó a presentar en mí, más que como una necesidad, como un hábito. Se me hacía cómodo escribir. Podía cortar el teléfono, negarme a abrir la puerta si me encontraba en el proceso de creación del discurso. Podía decir que había construido mi refugio hecho a base de enormes muros anticompañía.
Hoy, lejos de mi ciudad, comparto la casa con seis individuos que atraviesan el pequeño espacio en el que me he establecido para continuar escribiendo. Me falta el olor a mar y su ronroneo, y el amor que abandoné en busca de un algo que terminé olvidando.
Hoy, los autos y los buses hacen vibrar completamente mi casa porteña, pues vivo en el centro de la ciudad. El teléfono y los visitantes irrumpen constantemente mi intento de alejarme de este mundo. Mis ideas son quebradas por llamados impertinentes.
Sin embargo, en Buenos Aires, he escrito mucho más, proporcionalmente, de lo que he podido escribir en Lima. La melancolía me ha llevado por rutas de exploración que en la cómoda llanura de mi vida pasada, no hubiera podido descubrir.
La búsqueda de la soledad es para la mayoría de los escritores una consigna. Estos han creado alrededor de ella, un aura que podría decirse, coquetea con la imagen de lo consagratorio –el escritor consagrado es para el imaginario social un ser solitario, que busca refugiarse de lo mundano y va en búsqueda de lo trascendental
(1) .
La soledad es necesaria en parte del proceso del trabajo del creativo, sobre todo en lo que respecta a la búsqueda de la interconexión entre la idea creada y su discurso estético, pero no puede decirse que sea esta, la generadora de lo creado.
Wilde afirmaba que el ocio proporciona la disposición para escribir mientras que la soledad, brinda las condiciones. Pero, se puede tener ocio y soledad, y esto no será suficiente para adquirir el impulso creador que le haga a uno dedicarse a la escritura. A Wilde le faltó agregar a esta lista de variables observadas, una imprescindible. Hace falta una buena dosis de sentimiento melancólico para crear.
El gran motor de la creación es el humor negro, hijo de la soledad y del recuerdo. De ahí que es fácil confundir a la soledad con la melancolía porque algunas de las sensaciones procuradas por la soledad, son similares a las que se refugian bajo el ala del ángel de la melancolía.
Roger Bartra llama a esta dolencia “mal de fronteras(2)”, y tiene razones para hacerlo. Sin embargo es necesario comprender que estas fronteras son de todo tipo, las territoriales, las culturales, las ideológicas, las emocionales. Es un estar en ningún sitio, es la duda eterna que carcome. Es un dolor profundo del alma que es absolutamente personal e intransferible, lo mismo que el proceso de la escritura.
García Márquez afirma que nadie le puede ayudar a escribir a uno lo que está escribiendo, experiencia que coincide con la de Marguerite Duras cuando afirma que el libro que se está escribiendo no hay que mostrárselo ni al amante ni dictárselo a la secretaria ni mucho menos hay que dárselo a leer al editor: “Alrededor de la persona que escribe libros siempre debe haber una separación de los demás”, dice.
Para Duras es preciso seguir los gritos que nacen interiormente y no parar de escribir hasta que el libro esté terminado. La corrección o la discusión del “creador-escritor” con el “lector-escritor” (3) antes de la conclusión de la obra, genera que el libro en proceso sea destruido dándole nacimiento, sobre sus cenizas, a un nuevo libro, que no es el originario. Por esto quizá es que “nadie ha escrito nunca un libro a dúo” (4) .
Esta soledad que busca el escritor en su desgarre melancólico es la búsqueda de un rincón privado con su sentimiento de orfandad, pero ¿de dónde viene esta orfandad? Esta orfandad simbólica deviene de las pérdidas constantes que han formado al escritor o al artista en general, como ser sensible y sufriente pero al mismo tiempo, consciente de su dolor y sobre todo, de su compromiso(5).
Es cierto que el trabajo intelectual exige una serie de sacrificios. El saber y la reflexión ahuyentan a los dueños y señores del sentido común (6) por dos causas. Primero: la incomodidad ante la comparación con el otro que, frente al primero, le hace notar sus deficiencias de capital intelectual; segundo: pensar, requiere cierta capacidad de resistencia al dolor, tal como nos hace comprender la autora de Escribir(7) .
Duras, enfrentada a su soledad y condicionada por su melancolía, reflexiona, piensa, lucha contra sus demonios, tratándolos de domesticar mediante la escritura para salvarse un poco. Pero ese proceso de lucha asusta y duele, por eso no todo el mundo escribe.
La reflexión puede ser dolorosa porque le hace a uno ser consciente de sus carencias y detenerse a observar aquello que en la vida cotidiana hemos perdido mareados por su acelerada ruleta.
La melancolía llega a encarnarse de tal forma en el melancólico que solo le deja dos opciones para liberarse: la muerte o la distracción(8) .
Puesto que el ocio es una condición necesaria para el melancólico(9) , los melancólicos pueden abocar sus profundos sentimientos de tristeza en las artes creativas.
“La melancolía –decía Proust– no es posible sin la memoria. Sin embargo, la memoria procesa los recuerdos de diversa forma en cada individuo, aun cuando lo rememorado suponga el tratamiento del mismo hecho. Esto se debe a la intervención del imaginario que desarticula las situaciones, dándonos el recuerdo de las imágenes que se ajusten a nuestras necesidades.
A fin de cuentas, un escritor nunca está solo, no solamente porque es imposible lograr una soledad física sino porque el escritor es uno de los oficios más sociales que existen.
El escritor, como el artista en general, pierde su materia prima si se distancia, si deja de observar. Ocurre una anécdota que Julio Ramón Ribeiro(10), nos contó sobre las costumbres bohemias de los escritores en Lima.
Los poetas, más que los narradores, eran asiduos concurrentes a los bares, muchos se perdieron en el camino a consecuencia de estas continuas farras. “A Mario Vargas Llosa –Cuenta Ribeiro– no le gustaba reunirse porque era muy disciplinado en su oficio de escritor, llegando incluso a encerrarse a escribir durante varias semanas. Hasta que un día, desesperado, nos buscó porque el encierro le había causado ‘sequedad creativa”(11) .
La anécdota referida por Ribeiro, ejemplifica cómo el escritor se nutre de los acontecimientos de la vida diaria y como, aunque suelen prosperar aquellos que se entregan a una disciplina dentro del oficio, es perjudicial apartarse del mundo.
Por eso el proceso de la escritura se debe –en lo que concierne a la elaboración de la obra– al abrazo de dos momentos, el de la soledad y el del intercambio. Con respecto a esto, Paul Auster dijo: “Creo que lo asombroso es que cuando uno está más solo, cuando penetra más verdaderamente en un estado de soledad, es cuando deja de estar solo, cuando comienza a sentir su vínculo con los demás”.
Por otro lado, es de considerar que los imaginarios sociales han ensalzado la educación basada en los libros(12). El mundo relacionado con el pensamiento está rodeado de un aura de divinidad.
Esto habría podido hacer imaginar que el escritor y el intelectual han construido su sapiencia basándose en la lectura de libros, siendo más lejana la idea de que todo es legible. “Todo se lee”, decía Marguerite Duras, y es cierto. Es más, el drama mismo de la vida se suele hallar en el mundo observable y palpable. De hecho las obras clásicas, aquellas que han perdurado a través de los tiempos, han sido elaboradas a partir de la observación del mundo, la deconstrucción y la propia reelaboración subjetiva de los autores.

Notas:
(1)Esto, en gran medida ha sido generado por las afirmaciones hechas por escritores consagrados con respecto al tema de la soledad y la bohemia. Franz Kafka, por ejemplo, decía: “Para poder escribir tengo necesidad de aislamiento, pero no como un ermitaño, cosa que no sería suficiente, sino como un muerto. El escribir en este sentido es un sueño más profundo, o sea, la muerte, y así como a un muerto no se le podrá sacar de la tumba, a mi tampoco se me podrá arrancar de mi mesa por la noche”. Mientras que G.G.M –para tomar las palabras de un escritor más contemporáneo– afirma: “Creo, en realidad que en el trabajo literario uno siempre está solo, como un naufrago en medio del mar. Sí, es el oficio más solitario del mundo”.

(2)“La melancolía es un mal de fronteras, una enfermedad de la transición y del trastocamiento”. Cultura y melancolía. Pág. 31. Editorial Anagrama 2001.

(3)Todo escritor tiene en sí un lector y un creador, los dos, al momento de la revisión del texto elaborado se ven enfrentados.

(4)Marguerite Duras. Escribir. Pág.24. Duras ha de referirse más que a un libro, en su concepto más genérico, a una novela. De otra manera no estaría tomando en cuenta los libros elaborados a manera de colaboraciones.

(5)Me refiero al compromiso sartreano “un hombre reconoce su esencia por medio de su hacer” El Ser y la nada. “El escritor tiene el compromiso de escribir libros honestos, libres, que hablen del duelo profundo de toda la vida, que se incrusten en el pensamiento”, sentenciaba Marguerite Duras.

(6)La falta de reflexión se ha constituido como una práctica multitudinaria debido a la orientación “digerida” y reduccionista que los Medios de comunicación masiva brindan, fortaleciéndose de ese modo el sentido común y aplastando, cada vez más, al buen sentido.

(7)El suicidio está en la soledad de un escritor. Uno está solo incluso en su propia soledad. Siempre inconcebible. Siempre peligrosa. Sí. Un precio que hay que pagar por salir y gritar”. Escribir. Pág. 33.

(8)“La soledad, la soledad significa: la muerte o el libro” Escribir, p. 21. Aquí, Marguerite Duras confunde el sentimiento de soledad con el de melancolía. En párrafos posteriores, la escritora expresará la urgencia de escribir para salvarse del sentimiento que la acongoja: “Hallarse en un agujero, en el fondo de un agujero, en una soledad casi total y descubrir que solo la escritura te puede salvar”. (pág. 22).

(9)Anatomía de la melancolía Robert Burton. Ediciones Winograd 2008.

(10)Cuentista peruano de la generación del boom latinoamericano.

(11)Esta anécdota surgió durante una conversación mantenida con J.R.R y Jorge Coaguila (especialista en la obra de Ribeiro y su principal entrevistador) en el año 1994.

(12)La valoración que se le da a la educación basada en libros y al mundo del pensamiento (“Mundo de arriba”) es una herencia del Iluminismo, la misma que rechaza como valores, aquellos que consideran como cultura del “Bajo vientre” y en los que se celebran los placeres producto de las pulsiones básicas: comer, tener sexo, beber. La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento. Bajtin. Alianza editorial 2003.