domingo, 8 de noviembre de 2009

De olores y dolores de Buenos aires

“Para saber de dónde viene un hombre
es necesario olerle las manos .
Para saber a qué se dedica, tocárselas.
Pero para llegar a comprender su alma hace falta
descubrir los escondrijos de su concupiscencia”
J.R. “El genio y las castañuelas”


Las ciudades también sudan
Llegué a Buenos aires hace dos veranos, casi tres. El primer olor que sentí –después de haber aspirado el empalagoso aromatizador del taxi que me trasladaba desde Ezeiza– fue el del gas que corría por las tuberías de la ciudad. El aspecto de las calles no variaba mucho entre mi original San Miguel, de Lima (y su olor a mar) y el de Villa Urquiza; pero el olor de éste, mi nuevo barrio, incluso más que la imagen del Obelisco que vería al día siguiente de mi llegada, me gritaba mi actual realidad.

En Lima, hasta el momento de mi partida, no había sido instalado el servicio de gas, el consumo se hacía por balones. Detectar gas en el ambiente significaba para mí un riesgo de fuga que podría terminar en una tragedia. Sentir aquel olor en toda la ciudad –según mi experiencia- me producía, entonces, una sensación de angustia, que se aquietaría unos días después, algo menos de una semana.

Cuando mi olfato consiguió acostumbrarse y en consecuencia, dejó de distinguirlo, tal como me había ocurrido con el olor del centro de Lima , comencé a detectar otras sutilezas aromáticas que aparecían o desaparecían dependiendo del rincón porteño en el que me encontrara.

Cada ciudad tiene un olor, igual que la gente, e igual que la gente, cada recoveco de la ciudad tiene, a su vez, un olor característico.

Entre el dolor y el placer

Los olores son huellas de los quehaceres de un ser, de su estado de ánimo y de aquello que come, en sentido literal y figurado. La ciudad es un organismo más real de lo que aparenta y menos simbólico de lo que podría intuirse. Las ciudades nacen, crecen, se reproducen y lo mismo que los hombres se conducen, inexorablemente, hacia la muerte. Los tejidos de las ciudades son las instituciones y estos están compuestos por células; sus células, los hombres .

El ser en-sí es lo que es por su relación con el mundo (ser-en-el-mundo). Los actos de este hombre irán dejando huellas en su cuerpo y en su historia y todo ese conjunto de cristalizaciones descubrirán su esencia de ser en-sí. Sus experiencias y sus actos únicamente pueden ser sentidas a través de su cuerpo. De igual forma, una ciudad va generando su temperamento social a partir de sus experiencias, las mismas que quedan plasmadas en su cuerpo de cemento como patrimonio. La experiencia con los olores es –al igual que la música, según Nietzsche– una experiencia dionisiaca.

Los olores no son representaciones de la vida, sino que son detonadores que a través de la memoria nos hacen vivir dimensiones reales trasladando al sujeto hacia una experiencia tan concreta como el hecho mismo. Son una suerte de alborada para nuestras pulsiones adormiladas por la cultura . El olfato es una puerta conductora a los recovecos más profundos de nuestra psiquis. De hecho, aunque haya pasado mucho tiempo, algunos olores pueden trasladarnos de la vejez hasta la niñez.

¿Será qué los olores por sí mismos nos causan placer? o ¿qué es el aroma relacionado con el recuerdo del placer lo que nos genera una sensación de bienestar? Aristóteles se inclinó por la segunda hipótesis:

“No diremos que los que gustan del olor de las manzanas, de las rosas o de los perfumes que se queman sean intemperantes en materia de olores; más bien lo diríamos de los que gustan del olor de las esencias y de las viandas, porque los intemperantes gozan con estos olores en cuanto les recuerdan las cosas mismas que desean apasionadamente. “También podrán verse otros que, cuando tienen hambre, se complacen sólo con el olor de los alimentos. Gustar de los placeres de este género es propio de un hombre intemperante; porque sólo el intemperante ansía vivamente todos estos objetos de goce. “Los animales, distintos que el hombre, no conocen el placer que dan estas emociones sino de una manera indirecta; y así, los perros no tienen placer precisamente en sentir el olor de las liebres; pero sí le tienen muy grande en comerlas; y el olor es el que causa en ellos esta sensación” .

Sin embargo es necesario no perder de vista que uno solo recuerda aquello que ya no es parte del presente, aquello que es ausencia y como tal, de alguna manera, pérdida. Un hombre que ha perdido algo es un hombre que desea y en tanto desea y no se ve satisfecho, sufre. Este sufriente irá constantemente en busca de aquello que le dio placer, aunque este objeto del placer vaya cambiando de rostro, conjuntamente, con las experiencias del camino. Entonces, este hombre devendrá en un condenado a no hallar lo que busca. Pero su psiquis como mecanismo para ahorrarle esa condena dolorosa hará que rebaje sus pretensiones de felicidad.

Se produce, con lo explicado, aquello que Freud llama la transformación del principio del placer por el principio de la realidad: “El ser humano ya se estima feliz por el mero hecho de haber escapado a la desgracia, de haber sobrevivido al sufrimiento”, entonces, el hombre se “conforma” con el olor que le regalan los recuerdos placenteros. La única manera de llegar hasta el objeto deseado es a través de los sentidos, porque son estos nuestro puente con el mundo exterior. Pero no todos los olores nos trasladan hacia recuerdos placenteros, también es factible lo contrario. Ciertos olores pueden reproducir experiencias dolorosas. De ahí que afirmamos que la experiencia del recuerdo a partir de los olores es una experiencia dionisiaca en los que conjugan las pulsiones de vida y de muerte.

Aroma y pulsión
En Buenos aires cada rincón tiene su olor característico. Darse una vuelta por Caminito es sentir el olorcillo pútrido del río; caminar por la Costanera sur, sentir el olor a chorizo a la parrilla; ingresar por los túneles del subterráneo es orines, sudor y faena. San Telmo es olor a marihuana, a veces, otras, a libros viejos; algunos barrios alejados del Centro son olor a parrilla y a excremento de perro; la estación Julio A. Roca huele a fritas y arepas colombianas y si uno camina por la parte trasera de la estación, metiéndose por las callejuelas por donde se ofrecen, seductoras, una variedad de reses humanas, los olores de fritangas empiezan a perderse bajo el dulcete de los perfumes truchos, los coloretes de ocasión y el inconfundible aroma de los desinfectantes provenientes de los “telos” de mala muerte.

Al anochecer, los olores van cambiando. Avenida de Mayo huele a café. Corrientes huele a inciensos por la tarde y cuando la hora avanza, –y el caminante se va aproximando hacia la zona del Abasto– de algunos rincones te toman por asalto los sudores ácidos de los marginales . El olor a cerveza y a vino empieza, también, a apropiarse de las narices novatas.

Cada olor, agradable o no, cuando logramos distinguirlo nos conduce hacia un recuerdo. Pero también olemos sin darnos cuenta que lo hacemos y reaccionamos sin ser conscientes que nuestro actuar es parte de una cadena, de una consecuencia y de una reacción. Las feromonas, por ejemplo, nos hacen elegir a nuestra potencial pareja sexual. Hay olores que matan la calma y no-olores que matan las posibilidades del recuerdo y de otras búsquedas . Schiller dice en uno de sus aforismos que “hambre’ y ‘amor’ hacen girar coherentemente al mundo”. Freud lo interpreta en su Malestar de la cultura con la siguiente explicación: “Bien podría considerar el hambre como representante de aquellos instintos que tienden a conservar al individuo; el amor, en cambio, tiende hacia los objetos: su función primordial, favorecida en toda forma por la Naturaleza, reside en la conservación de la especie”. (Freud: 1929).

Es necesario remarcar que tanto el hambre como el “amor” o, para ser exactos, las pulsiones sexuales, rastrean al objeto del deseo por medio del olfato, para esto no hace gran capacidad de entendimiento. El cuerpo sabe, naturalmente, qué es lo que necesita. Así, los recién nacidos, se arrastran absolutamente torpes e inútiles por el pecho de la madre, huelen la leche que reposa en sus pechos y cuales larvas escurriéndose sobre un cadáver que sirve de almuerzo, la usan como una lonchera móvil que, además, servirá de casa y de transporte hacia cada necesidad vital.

El olfato, a diferencia de la vista o del oído, nos lleva a no pensar con el cerebro, sino con las entrañas. Esta no-racionalidad que genera la experiencia olfativa y que es tan poco valorada por el espíritu del iluminismo –que aun nos domina– es lo que ha traído como consecuencia que el olfato sea uno de los sentidos que ha recibido menos atención por parte de ciencias humanas y naturales. El olfato como tal, ha tenido poca importancia para los teóricos de las ciencias naturales, el tema de los aromas, sin embargo es, hoy, mucho más que antes, una línea de trabajo que demanda gran actividad de los laboratorios que, constantemente, se encuentran en la búsqueda química de fragancias que imiten a las esencias naturales, tanto para el uso personal como para el ambiental. De hecho, la perfumería y la cosmética han resultado ser un gran negocio.

Según la Cámara Argentina de la Industria de Cosmética y Perfumería, durante el año 2008, se movilizaron por exportación de desodorantes 197,1 millones de dólares, mientras que por las de aguas de tocador y perfumes 19,9 millones de dólares. Con respecto a las importaciones realizadas en ese mismo año, se aprecia una inversión en lo referente a la demanda. Son las aguas de colonias y perfumes las que ingresan con mayor fuerza en el mercado argentino, con 47,6 millones de dólares, mientras que la movilización de dinero por la importación de desodorantes llega a 23,1 millones de dólares.

Resulta interesante preguntarse ¿por qué este ánimo por lo postizo? ¿por qué la necesidad de adquirir un aroma que es ajeno a nuestro cuerpo? ¿será que nuestro olor natural como consecuencia de la alimentación que llevamos, del estrés que experimentamos, resultaría insoportable sin un disfraz aromático?

Según Freud, otra de las fuentes del sufrimiento humano se halla en la supremacía de la Naturaleza . Esto significa que dominando la Naturaleza, el hombre, de cierto modo, lograría controlar una de sus fuentes de infelicidad. El sociólogo Anthony Synnott dice “Debemos distinguir diferentes tipos de olores: naturales (los corporales), manufacturados o fabricados (perfumes, contaminación) y simbólicos (metáforas olfatorias). Estos tres tipos no están aislados unos de otros; de hecho, en cualquier situación social, bien pueden estar presentes los tres, entremezclados” . Pero es para el investigador este último grupo de olores el que más le llama la atención, y en el que basa el sostén de su hipótesis: “La olfacción constituye una construcción moral de la realidad”.

Para Synnott el olor además de ser un fenómeno fisiológico es un fenómeno moral porque estos son considerados como buenos o malos por el sentido común , y muchas veces son usados para legitimar desigualdades raciales y de clase.

Tanto las afirmaciones de Synnott como las de Freud nos dan una pista sobre las interrogantes formuladas, en líneas anteriores, con respecto a la necesidad de consumo de fragancias por parte, específicamente, de los bonaerenses.

El olor de lo social

No hace falta ser un examinador muy sofisticado de la historia de Buenos aires para notar que esta es una sociedad construida en base a la llegada de las más diversas nacionalidades y culturas. El movimiento migratorio se generó iniciada su fundación y no se ha detenido desde entonces. La ciudad de Buenos aires, de hecho, es una ciudad hecha para el visitante, abierta, sin laberintos que le dificulten llegar al centro. Armando Silva distingue a la ciudad porteña como una de las notables excepciones, dentro de Latinoamérica, en las que no se busca combatir al extraño .

La necesidad de sentirse ensamblado, no sólo culturalmente, sino también, socialmente y de no correr el riesgo del displacer de ser discriminado podría ser una de las condiciones de esta masiva consumición de carácter inconsciente. Sin embargo, este estallido de ofertas de fragancias y, como consecuencia, de sofisticación para diferenciar los aromas por marcas, líneas y precios que se ha ido generando de parte de los compradores, ha fomentado, a su vez, que este intento de buscar un ensamblaje dentro del grupo cultural referencial, sea inútil.

Los aromas de las fragancias dejarán al descubierto la capacidad adquisitiva del comprador, estableciéndose, por el olor de la substancia usada, la marca de identidad de una frontera socio-económica que al dominante le interesará mantener vigente. “Las significaciones de una sociedad también son instituidas –afirma Castoriadis– directa o indirectamente, en y por su lenguaje, al menos en lo que respecta a una parte considerable de ellas […]. Pero también, y al mismo tiempo, la ordenación del mundo en conjuntos, o la organización identitaria del mismo, que la sociedad instituye, tiene lugar en y por el legein”.

Lo expuesto por Castoriadis nos obliga a examinar, aun superficialmente, las pistas que nos otorgan las creaciones lingüísticas con respecto a los aromas: Las expresiones: “olor a santidad” (que según la creencia popular huele a rosas), “en olor de multitudes” (frase que deviene de la anterior y que significa “con la admiración y la aclamación de muchas personas”) u “olor a pecado” (expresión para referirse a las feromonas o para ser exactos, bisulfito de metilo ) son algunos enunciados pertenecientes a la cultura popular, relativos a los aromas. Estas expresiones –y volviendo a lo sostenido por Synnott– llevan una contundente carga moral que juzga como “bueno” o “malo” los diversos tipos de olores relacionándolos a su vez con actos, sujetos u objetos calificados según los valores de la sociedad en cuestión. Así, tomando las expresiones ya mencionadas vemos que se relaciona el olor del sexo, o al propio acto sexual, con lo malo, que incluso huele a “pecado”, mientras que el “olor a santidad” no podría tener otro aroma que el de las flores, sentido como gratificante.

El Diccionario de Autoridades dice de la palabra olor: “Metafóricamente se entiende en las cosas morales por fama, opinión y reputación”. “Las palabras –como bien dice Foucault en Las palabras y las cosas– tienen el poder y la tarea de representar el pensamiento”. De la misma manera, los olores que sentimos tienen el poder de hacernos imaginar. El olor a sangre, por ejemplo, nos lleva a pensar en la muerte, quizá, en el peligro . Las construcciones gramaticales nos fuerzan a ordenar el pensamiento, este, mientras no ha sido procesado por medio de las palabras –expresadas o no– tiene más similitud con lo sensible, vale decir, con los sentidos.

La experiencia olfativa, como experiencia sensible, ha sido bien acogida por una Institución cuya materia prima se halla, no en los pensadores, sino en los “sentidores”, para usar el término con el que el propio Unamuno se califica. Buena parte de las frases y sabidurías populares cargadas de moral –como las que ya hemos visto– se han generado de los entornos eclesiásticos. Esta Institución –me refiero a la Iglesia Católica y sus derivados– ha usado y continúa usando: aceites, inciensos, hierbas, “palo santo” o cirios olorosos que contribuyen con la “entrega espiritual”, del inconsciente “oledor”, básicamente, porque las substancias que son quemadas contienen propiedades relajantes que al ser esparcidas son generadores de la paz y el sosiego, que los imaginarios sociales le atribuyen a las presencias divinas.

Las culturas antiguas ya sabían del poder que ejerce el olor sobre el ser vivo, específicamente sobre el hombre. Sabían que los estados de ánimo pueden ser cambiados según los olores captados –hoy llamamos a este conocimiento tan antiguo: aromaterapia. Si los olores pueden beneficiar nuestro ánimo y hacernos estar bien psicofísicamente, entonces, también, podrían perjudicarnos en todos nuestros aspectos e incluso llevarnos hacia la muerte.

¿Será que el olor de algunas ciudades esté influyendo en el comportamiento de sus habitantes? ¿Será que Buenos aires debe su temperamento a los olores de la que es “presa”?

Si un aroma puede curar a un individuo y por ende, también puede enfermarlo hasta llevarlo a la muerte, entonces, ¿será posible que una ciudad pueda hallar su salvación o destrucción en la propia fuente de sus olores?

Referencias bibliográficas
ARISTÓTELES. Ética a Nicómaco. Libro III, Cap. XI. Mestas ediciones. Madrid- España 2006.

CASTORIADIS, Cornelius. La Institución imaginaria de la sociedad. Tusquets editores. Buenos aires- Argentina 2007.

FOUCAULT, Michel. Historia de la sexualidad II “El uso de los placeres”. Editorial Siglo XXI. España 2005.

FREUD, Sigmund. El malestar de la cultura. Editorial Alianza. España 1984.

MONTAIGNE, Michel. Ensayos T. I. Cap. LV. “De los olores”. www.librodot.com

NIETZSCHE, Friedrich. El origen de la tragedia. Ediciones Andrómeda. Buenos aires- Argentina 2003.

SARTRE, Jean Paul. El ser y la nada. Editorial Losada. Buenos aires- Argentina 2005.

SILVA, Armando. La Ciudad como Arte. Parabólica, revista ilustrada, número 3, Sevilla- España.

SYNNOTT, Anthony. Sociología del olor. Revista mexicana de sociología. Año 65, núm. 2, abril-junio, México 2003.

miércoles, 27 de mayo de 2009

CIUDAD, MEMORIA E IDENTIDAD

-Una reflexión sobre la dialéctica de los valores que rigen el papel del Restaurador frente al Patrimonio Cultural-

“Hicieron un desierto
y le llamaron paz” (1)
PUBLIO TÁCITO

Planificar qué es lo que se resguarda como patrimonio cultural, desde la mirada de los grupos dominantes(2), no es una acción inocente –o por lo menos, sin consecuencias graves– es siempre la marca de una postura ideológica, pues responde a ideas y valores.
Para la Unesco, el patrimonio es la herencia de bienes materiales e inmateriales que nuestros antepasados nos han dejado a lo largo de la historia y que nos ayudan a forjarnos una identidad como nación.
Sería más exacto decir que esta reflexión de la Unesco expresa lo ideal, pero la realidad muestra que quien define aquello que se resguardará como patrimonio cultural, subrayando qué aconteceres son los importantes dentro de nuestra vida social, son los grupos referenciales.
Cuando en el Perú se logró acabar con las presunciones españolas de mantener al país como colonia, don José de San Martín, en 1826, mandó por decreto supremo a borrar los escudos españoles que se encontraban en el Torreón del Rey, en el Fortín del Real Felipe, acabando simbólicamente con la marca de dominación que se nos había impuesto.
La Catedral de Córdoba (España) es interesante porque reúne lo musulmán y lo católico en un mismo edificio. Se observa, entonces, una lucha por mantener en la memoria un contexto y olvidar otro.
Este tipo de hechos son sistemáticos dentro de la vida de los pueblos. Para continuar con los ejemplos, Stalin hizo desaparecer de los textos de historia la participación de Trotsky en la revolución bolchevique. Algo similar ha ocurrido en los textos escolares en donde el tema de los genocidios que sufrieron las tribus indígenas, durante la Campaña del Desierto en tiempos de la “Argentina libre y democrática”, brilla por su ausencia.
La historia no es lo que un pueblo ha vivido, sino lo qué éste recuerda y cómo lo recuerda, y estos recuerdos pueden generarse de manera aparentemente “espontánea”
(3), por trasmisión oral de padres a hijos, o, siendo menos sutiles, por campañas surgidas desde la autoridad.
El vencedor suele demoler todo aquello que haga recordar que existió otro grupo en disputa y crea su propia visión de la historia, convirtiendo en patrimonio cultural de una nación, sus propios recuerdos. Esto bien puede ser efectuado a la fuerza o por campañas de concientización sobre aquello que “debemos” sentir como patrimonio propio(4).
¿Es posible afirmar que la cultura oficial que está constituida, en parte, por el patrimonio salvaguardado es, en realidad, patrimonio de la clase dominante?
La cultura oficial, lo reconocido como patrimonio nacional, no responde a los intereses de los grupos subalternos.
Es inútil realizar campañas de conservación de aquello considerado como patrimonio, si la población que cohabita con este bien no lo considera como tal(5). Los resultados frente a situaciones de esta índole son siempre los mismos: destrucción de lo restaurado. Acciones que son consideradas como actos de vandalismo(6).
Los bienes culturales patrimoniales cristalizan la identidad de un grupo por ello no pueden ser impuestas –las autoridades solo deben cumplir con el papel de facilitadores–es la población la que determinará aquello que le da identidad a su espacio temporal o geográfico, determinando aquello que puede ser considerado como factible de conservar para dejar como legado.
La memoria de una comunidad es traspasada por sus imaginarios, tal como sucede con el individuo y la memoria que tiene sobre los hechos que ha experimentado y que no son acontecimientos recordados objetivamente, sino que están plagados de subjetividad y empapados de imaginarios personales.
Los imaginarios no pueden existir sin lo simbólico(7), es el objeto simbólico lo que le otorga “carne” a lo imaginario y es el patrimonio el que cumple la función simbólica para recordar aquello que conformará parte de nuestra memoria y que, como sostiene Halbwachs, implican reconstrucción y a la vez deformación de los acontecimientos.
Los planes de restauración deben tener presente que, siendo el patrimonio un legado que se desea dejar como herencia y recibir como tal, la primera consideración a tener es recoger el sentimiento de la comunidad hacia sus pertenencias y no tratar de imponérselas.

Existen dos tendencias dentro del campo de la Restauración. La que fundamenta su función en la importancia documentaria del objeto y, la que entiende el valor del objeto por su mero valor artístico.
La primera dejará pátinas que dan indicios de lo acontecido sobre el objeto patrimonial, mientras que la segunda tendencia mencionada, procurará refaccionar al objeto dejándolo en su estado originario, lo cual atenta contra las huellas históricas y la naturaleza documentaria del patrimonio.
En el Museo de la Casa Rosada, el retrato de Domingo Perón y Eva Duarte pintado en oleo sobre tela por Numa Ayrinhac, fue dañado con un objeto punzo-cortante. El hecho podría ser estimado como un acto vandálico si no fuera porque los personajes “atacados” y los daños simbólicos producidos en sus cuerpos son significativos: El cuello y los ojos de Eva Perón fueron marcados(8).
Los restauradores de este cuadro decidieron dejar estas pátinas como parte de la información del documento pictórico.
Este criterio no se ha seguido con todos los objetos considerados patrimonio. Se suelen borrar las pátinas que resultan traumáticas, desagradables o que se consideran actos de vandalismo, pero que de hecho son momentos trascendentales dentro de la historia.
Del bombardeo de Plaza de Mayo en 1955, solo han quedado, en las paredes de granito del Ministerio de Economía de la Nación, unas cuantas huellas del ametrallamiento aéreo, cuando ese acontecimiento produjo 300 víctimas.
De la matanza de indígenas ejecutada por autoridad de Julio Argentino Roca tampoco se tiene huellas públicas que contribuyan con la formación de una memoria colectiva sobre este acto puntual, sin embargo existen calles que llevan el nombre de Roca, los billetes de 100 pesos llevan su imagen –al reverso se muestra una imagen de lo que habría sido la Conquista del Desierto– y una de las principales estaciones de subterráneos y trenes de la Ciudad de Buenos Aires lleva su nombre: “Julio Argentino Roca”.
Esto evidencia un homenaje hacia un genocida por parte de la administración pública, ya que ni la emisión de los billetes ni la elección del nombre para una estación ni el nombre con que se “bautizan” las calles de una ciudad están bajo la decisión de la comunidad.
En este caso puntual podríamos tener indicios de una sociedad que desprecia aquello que no esté ligado con lo europeo o lo criollo y que para ser más precisos, desprecia lo autóctono y con ello, sus valores que contribuyen en la generación y en el fortalecimiento de las condiciones para la creación de una identidad social.
Regresando al tema central de este ensayo, la pregunta sería ¿La cultura evidencia su vandalismo cuando se ve enfrentada a otra que podría restarle preponderancia? El papel que tiene el restaurador-conservador podría en estos momentos, contradictoriamente, estar contribuyendo en esta suerte de vandalismo patrimonial.


(1)Referido a la destrucción de Cartago por los romanos, coyuntura conocida como “La Pax romana”.
(2)Gramsci, Cuadernos de la cárcel.
(3)No existe lo espontáneo dentro de la historia social. Halbwachs afirma: “cuando un grupo se ha hecho sentir largo tiempo con su influencia, estamos de tal modo saturados que si nos encontramos solos, actuamos y pensamos como si todavía estuviéramos bajo su presión (Los marcos sociales de la memoria: 199).
(4)Silvia Fajre: “El patrimonio siempre está ligado al impacto emocional de una comunidad”.
(5)Intelectualmente lo sabe “su patrimonio” porque así se lo dijeron, pero emocionalmente no lo siente suyo y no se siente comprometido a respetarlo, lo respetará solo si la Ley lo fuerza a hacerlo, pero esta es una estrategia absurda.
(6)Para la Real Academia de la Lengua Española, vandalismo es “el espíritu de destrucción que no respeta cosa alguna, sagrada ni profana”. Será legítimo preguntarnos entonces ¿es vandalismo el conjunto de acciones que ejerce un grupo que arrasa con la cultura de otro grupo humano? ¿La cultura criolla burguesa latinoamericana ha sido vandálica al imponer su cultura sin respetar a la cultura originaria?
(7)C. Castoriadis, La Institución imaginaria de la sociedad.
(8)Se estima que de no haber sido por el grosor de la tela, el cuchillo con el que probablemente se atacó a la pintura hubiera rasgado el cuadro.

domingo, 25 de enero de 2009

PARALELO (BIOBIBLIOGRAFICO)

Chicharrón me acompañó buena parte de mi niñez, la historia de este perrito maltrecho por la vida, y la grabación –con la voz de mi viejo- de El ruiseñor y la rosa y El gigante egoísta se disputaban los espacios, me gustaba llorar, esto como "el olor de las almendras amargas presagiarían, muchos años después, mi afición por los amores contrariados".
Pasó algún tiempo y me oculté del mundo en la Casa de cartón, a veces Vallejo me acompañaba, otras, de mejor humor, Eguren, la poesía me jalaba de los pelos, la sentía más cercana, musical, quién sabe si inocente. Pero yo… qué podía saber, juzgaba al mundo con el atrevimiento de la ignorancia. Los razonamientos de los cuentistas me parecían, simplemente, sospechosos.
Después llegó Pavese, Las Mil y una noches y llegaron también el muchacho de la vuelta de mi casa, el novio de una amiga demasiado confiada, y se fueron sumando algunas dagas que no llegué a comprender bien de qué filo cortaban la piel. No hay duda, "la única manera de llegar al corazón de un hombre es con un cuchillo", pensaba.
Kierkegaard me visitaba de vez en cuando y otras yo lo dejaba plantado en la puerta de mi cuarto para escaparme con Nietzsche. De vez en cuando, también, me quedaba debajo del toldo de alquiler de historietas que había en el centro de Lima, en el Parque Universitario –ya no existe más- ahí chismoseaba las de Hermelinda linda y las del Monje loco, ahí también descubrí Memorias de una pulga… cómo era rico perder el tiempo. A mi madre no le hacían gracia mis aficiones, comencé a dominar el arte de “leer” a escondidas.
Mucho había de razón en eso de que "el corazón tiene más cuartos que un hotel de putas" y que "la curiosidad es otra de las tantas celadas del amor". De puro distraída, terminé subida en el barco de Corto Maltés, vaya que recorrimos islas, países y mundos ocultos, devoré insaciable cada historia, aprendí de memoria cada página suya y Corto se aprendió las mías, así pasamos parte del tiempo leyéndonos y garabateándonos mutuamente, intercalando siempre con el Kamasutra para darle chispa al jugueteo, hasta que de pronto, se lo tragó el mar. "La gente que uno quiere debería morirse con todas sus cosas".
Todos los inicios son mejores que los finales, pensaba al recordar una frase que me quedaría prendida en la memoria: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento…”. En el amor es lo mismo. Si me preguntas en qué terminó Cien años de soledad, francamente no lo recuerdo, pero cómo recuerdo esa frase inicial.
Vagué como un cadáver que va a ciegas tras su alma, conocí a Julián Sorel que andaba en las mismas, detesté a los indigenistas y abracé la Tentación del fracaso, Gargantua me recompuso y Benedetti me adormeció, La educación sentimental me hizo recobrar las fuerzas a golpe de entendimiento, Las prosas apátridas me hicieron dudar, nuevamente. Después… algo de ciencia ficción –solo para darle gusto a él-, mucha imaginación mal escrita. Sin darme cuenta comencé a intercalar entre Los clasificados de los domingos, las cartas de mis amigos, mis propios y adefesieros textos y la gente que camina por la calle. Hoy… los resúmenes en las contratapas buscando desesperadamente una historia.