domingo, 25 de enero de 2009

PARALELO (BIOBIBLIOGRAFICO)

Chicharrón me acompañó buena parte de mi niñez, la historia de este perrito maltrecho por la vida, y la grabación –con la voz de mi viejo- de El ruiseñor y la rosa y El gigante egoísta se disputaban los espacios, me gustaba llorar, esto como "el olor de las almendras amargas presagiarían, muchos años después, mi afición por los amores contrariados".
Pasó algún tiempo y me oculté del mundo en la Casa de cartón, a veces Vallejo me acompañaba, otras, de mejor humor, Eguren, la poesía me jalaba de los pelos, la sentía más cercana, musical, quién sabe si inocente. Pero yo… qué podía saber, juzgaba al mundo con el atrevimiento de la ignorancia. Los razonamientos de los cuentistas me parecían, simplemente, sospechosos.
Después llegó Pavese, Las Mil y una noches y llegaron también el muchacho de la vuelta de mi casa, el novio de una amiga demasiado confiada, y se fueron sumando algunas dagas que no llegué a comprender bien de qué filo cortaban la piel. No hay duda, "la única manera de llegar al corazón de un hombre es con un cuchillo", pensaba.
Kierkegaard me visitaba de vez en cuando y otras yo lo dejaba plantado en la puerta de mi cuarto para escaparme con Nietzsche. De vez en cuando, también, me quedaba debajo del toldo de alquiler de historietas que había en el centro de Lima, en el Parque Universitario –ya no existe más- ahí chismoseaba las de Hermelinda linda y las del Monje loco, ahí también descubrí Memorias de una pulga… cómo era rico perder el tiempo. A mi madre no le hacían gracia mis aficiones, comencé a dominar el arte de “leer” a escondidas.
Mucho había de razón en eso de que "el corazón tiene más cuartos que un hotel de putas" y que "la curiosidad es otra de las tantas celadas del amor". De puro distraída, terminé subida en el barco de Corto Maltés, vaya que recorrimos islas, países y mundos ocultos, devoré insaciable cada historia, aprendí de memoria cada página suya y Corto se aprendió las mías, así pasamos parte del tiempo leyéndonos y garabateándonos mutuamente, intercalando siempre con el Kamasutra para darle chispa al jugueteo, hasta que de pronto, se lo tragó el mar. "La gente que uno quiere debería morirse con todas sus cosas".
Todos los inicios son mejores que los finales, pensaba al recordar una frase que me quedaría prendida en la memoria: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento…”. En el amor es lo mismo. Si me preguntas en qué terminó Cien años de soledad, francamente no lo recuerdo, pero cómo recuerdo esa frase inicial.
Vagué como un cadáver que va a ciegas tras su alma, conocí a Julián Sorel que andaba en las mismas, detesté a los indigenistas y abracé la Tentación del fracaso, Gargantua me recompuso y Benedetti me adormeció, La educación sentimental me hizo recobrar las fuerzas a golpe de entendimiento, Las prosas apátridas me hicieron dudar, nuevamente. Después… algo de ciencia ficción –solo para darle gusto a él-, mucha imaginación mal escrita. Sin darme cuenta comencé a intercalar entre Los clasificados de los domingos, las cartas de mis amigos, mis propios y adefesieros textos y la gente que camina por la calle. Hoy… los resúmenes en las contratapas buscando desesperadamente una historia.