viernes, 30 de mayo de 2008

Reseña

Escribir (Tusquets, Barcelona 1994)
Marguerite Duras (Saigón 1914 - París 1996), una mujer de vanguardia, difícil de retratar mediante la biografía escueta. Comprometida con la vida, mientras le guiña, seductora, un ojo a la muerte.
Muchas de sus obras están inspiradas en la Indochina de su niñez y adolescencia, años después, en París, estudiaría derecho, matemáticas y ciencias políticas.
Participa junto a Robert Antelme, su marido, en la Segunda Guerra Mundial como parte de la resistencia francesa.
Su vida está tejida de dolores. Quizá los más profundos: el sentimiento de rechazo de su madre y la muerte de su hijo. Por eso la destrucción, el amor y el desamor son constantes en la obra de Duras, como también lo es su preocupación continua por la justicia social, por ese motivo se une activamente al partido comunista, del que es expulsada en 1955.
Su soledad grave es distraída solo con la escritura, el whiskey y los amantes, pero el cansancio terminó disfrazándose de un cáncer a la garganta que se la lleva el 3 de marzo de 1996.
Duras cuenta con unas cuarenta novelas y una docena de piezas de teatro, muchas de las cuales, ella misma, adapta como guiones cinematográficos.
"Los imprudentes" (1943),"La vida tranquila" (1944), "Un dique contra el Pacífico" (1950), "El amante" (1984) que obtuvo el Premio Goncourt y que alcanzó un éxito mundial –con un tiraje de más de tres millones y que fue traducida a cuarenta idiomas-, "El dolor" (1985), son algunas de ellas.
Duras, también dirigió varias películas, entre ellas "India Song", y "Los niños".
Escribir (1994) es una de sus últimas obras, es quizá un ensayo, a lo mejor, una memoria, o un deseo de seguir en tierra, un zarpazo a la vida, aun sabiendo que la muerte le está exigiendo ya, que la tome de la mano para iniciar “el gran viaje”, el definitivo.
En Escribir, Duras habla de la soledad del escritor, la que logra al fin conseguir en la casa de Neauphle-le-Chateau, comprada con los derechos cinematográficos que le dio Un dique en el Pacífico.
A veces a esta casa llegaban los amigos, muchos, los de toda la vida, los amantes también, hasta Yann Andréa, el último; para beber, comer y conversar y ella pensó que para eso era que quería la casa, pero no.
La casa la compró para construir su soledad, pero no cualquier soledad sino su soledad de escritor, porque la soledad puede significar la muerte o la locura, pero también puede significar el libro que clama ser hecho, y convertirse en no-soledad.
Para Marguerite Duras, la soledad del escritor es no-soledad, y es que un escritor está tan entregado al acto de escribir que deja de estar solo. Se está solo cuando la soledad se siente involuntaria y cuando, llena del sentido de lo cotidiano, se cae en la apatía. Esa soledad se calma únicamente con la escritura, pero el proceso duele, y es un dolor que no se puede evitar, la desesperación invade –dice Duras- se escribe con ella. Se aúlla en silencio. Por eso no cualquiera podría soportar escribir. Por eso escribir es siempre un ejercicio solitario.
El escritor trabaja de noche, desde el atardecer, ella, Duras empieza a sentir la angustia, el miedo. La noche es soledad y dolor. Cuando todos duermen, cuando han acabado el día, para el escritor recién empieza la jornada de trabajo. A veces ese dolor, esa angustia hace que el escritor cometa errores, pero es bueno cometerlos para Duras. Los libros “adecuados” no quedan en el alma de uno, no son libros.
Duras sabe cuando lo que se lee o se escribe es un libro. Un libro le marca a uno la vida, no son libros de entretenimiento para pasar las horas. Con un libro se viven las horas.
En Escribir, la creadora piensa en la muerte, ella presencia la agonía de una mosca y las dudas surgen. Finalmente una muerte es una muerte sea para quien sea. Con la muerte se acaba un mundo.
En el fondo, nunca hay soledad física, todo el tiempo a uno le rodean sonidos, movimientos, vida, significados. Todo le escribe a uno, todo puede ser leído, todo lo perceptible, incluso una mosca.
A veces Duras siente que quisiera regresar a las filas del PC (Partido comunista). También recuerda los momentos de la guerra (La segunda Guerra mundial) y le duele en lo profundo la injusticia del orden político. El escritor –dice- llega a avergonzarse del trabajo manual, del no intelectual porque es el trabajo que refuerza las injusticias del mundo laboral y refuerza la automatización del proletariado y al régimen capitalista. Pero todas esas son ideas que le invaden a uno en el atardecer.
“La escritura llega con el viento”, dice. Uno nunca sabe lo que escribirá, porque lo que se escribe es una facultad no reflexión. “Si uno supiera que escribiría, no valdría la pena hacerlo”.
Lo dicho en Escribir es complejo, pero ella lo expresa de una manera directa, como soltando sensaciones y sentimientos susurrados al lector.
Es un escrito descarnado, no un ensayo intelectual. Duras escribe con las tripas y con toda su humanidad, escribe con todo el cuerpo, como ella misma dice que hay que hacerlo.
Duras economiza palabras, nos crea en este ensayo dudas y nos empuja al vacío. Es un escrito provocador e irreverente. Duras muestras sus heridas con sutileza y nos invita a pensar con el corazón las nuestras. Las propias, las particulares y las heridas que nos corresponden un poco a todos.
Escribir es un texto imprescindible para quienes necesitan comprender la experiencia del creador, pero también para el lector curioso que espera la opinión, siempre lúcida, siempre contestataria a las normas, sobre temas eternamente tabúes como la muerte, la soledad, el amor sin consensos, de Marguerite Duras.
Escribir nos sugiere la existencia de un modelo de “nuevo escritor” aquel que lee todo lo perceptible y que ha dejado de ser un artista, para tornarse en filósofo, en sociólogo, de los nuevos tiempos.

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