domingo, 25 de noviembre de 2007

Olores que matan

“Conocía los olores humanos, muchos miles de ellos […]
No quería creer que una fragancia tan exquisita pudiera emanar de un ser humano.
Casi siempre los seres humanos tenían un olor insignificante o detestable”.
El perfume. Patrick SÜskind


No solo la gente tiene olor, también lo tienen las cosas, y las ciudades. Cada cual muestra con este, las huellas de sus quehaceres, la esencia de sus actividades y hasta el estado de su alma.
Al llegar a la Ciudad de Buenos aires, sobre todo en el centro de la ciudad, se puede retener el olor del gas que corre por las tuberías, el de la marihuana y el del excremento de perro.
En Madrid el aroma que impera es el del tabaco, pronto se sabe el porqué. Los madrileños fuman mucho y tanto sus pieles como sus ropas están impregnadas de ese olor.
En Lima, en cambio, el olor que despide el centro de la ciudad es el de la madera húmeda. Las casas antiguas hechas de adobe y tablones retienen el agua del ambiente (cien por ciento de humedad todos los días del año). Las ropas de sus gentes terminan oliendo a lo mismo. A veces el olor de los orines se entremezclan con el de la humedad, las calles en algunas zonas son verdaderos ríos de agüita amarilla como cantarían los Toreros muertos. Esa huella nos dice también, que hay demasiada gente durante demasiado tiempo por las calles, y pocos baños para acudir.
Los olores nos alcanzan, de esta manera, las características de los lugares. Cuando se trata de personas, la cosa no cambia mucho más y es que la gente hace la ciudad, aunque la ciudad por sí misma irá luego, tomando una vida propia y consiguiendo tener su propio olor natural, su olor de marca, de nacimiento, tal como lo tiene la gente.
Todos los hombres, mujeres, niños, bebes y ancianos tienen un olor, agradable o nauseabundo para cada quien, y que puede también sernos o no indiferentes. Cuando recordamos a alguien por su olor es probable que lo recordemos por el resto de nuestra vida, si alguien con un olor similar se sentara de improviso junto a nosotros sin que lo estemos mirando, el aroma del ausente “aparecido” nos sacudirá los recuerdos y nos trasladará a un tiempo, a una circunstancia con lujo de detalles, detalles que pueden describirse con la minuciosidad de un observador científico pero que nada tiene que ver con la ciencia ni el pensamiento, sino con las emociones, que con poca experiencia puede movilizarnos a realizar actos alocados cuando estas circunstancias, han estado teñidas de algún tipo de pasión.
El olfato, a diferencia de la vista o del oído, nos pueden llevar a no pensar con el cerebro sino con las tripas, con el sexo o con cualquiera de las otras entrañas porque es el más ligado a nuestro cerebro reptil, encargado de los instintos básicos de la supervivencia -el deseo sexual, la búsqueda de comida y las respuestas agresivas.
Siendo recién nacidos, nos arrastramos absolutamente torpes e inútiles por el pecho de nuestra madre, olemos su leche y cual larvas escurriéndose por un cadáver que solo sirve de almuerzo, la usamos como una lonchera móvil que, además, nos servirá de casa y de transporte para todos nuestros objetivos.
El olfato además de ser un sello personal, es una puerta conductora a los recovecos más profundos de nuestra psiquis. Por eso en muchos templos se usan los aceites, inciensos o cirios que contribuirán a nuestra entrega espiritual, básicamente porque ya hay una relación entre dicho tipo de olores y el estado de calma que buscamos. Las religiones son ciencias de la manipulación.
Hay olores que matan la calma y no-olores que matan las posibilidades del recuerdo y de otras búsquedas.
Proust crea todo un universo de recuerdos a partir del olor de una magdalena remojada en té. Un mundo completo vive paralelamente, a partir de su recuerdo olfativo.
Con Jean-Baptiste Grenouille, sucede lo mismo. Su olfato lo moviliza a tomar acciones, ir en busca de un “algo” representado en la muchacha a la que olió para terminar prendado.
Cuando Jean-Baptiste Grenouille asegura que los olores del ser humano eran siempre detestables es porque le atribuye esta característica al hombre. Toda su alma detestable se expresa en su olor, esa insignificancia que dice tener su aroma representa el alma de este para Grenouille, y es la muchacha con su fragancia la que lo rescata y lo reconcilia con el mundo, por eso necesita de ella, y de ese aroma, por eso se obsesiona.
Grenouille no tiene olor propio, no es como los demás y es rechazado en la misma dimensión en que él rechaza al resto, al espíritu de la especie. Su cuerpo –sin la adquisición de un olor propio- rechaza complementariamente, lo que su alma no quiere asumir como característica humana.
Las culturas antiguas ya sabían del poder que ejerce el olor sobre el ser vivo, específicamente sobre el hombre. Sabían que los estados de ánimo pueden ser cambiados según los olores captados –hoy conocemos este conocimiento tan antiguo como aromaterapia.
Pero si los olores pueden beneficiar nuestro ánimo y hacernos estar bien psicofísicamente, entonces también pueden perjudicarnos en todos nuestros aspectos e incluso llevarnos hacia la muerte.
Será acaso que el olor de algunas ciudades esté influyendo en el comportamiento de sus habitantes. Qué los aromas que en ellas se encuentran, no solo describen las ocupaciones y el temperamento de la ciudad, sino que al mismo tiempo, influye en los comportamientos que en ella encontramos.
Si un aroma puede curar a un individuo y por ende, también puede enfermarlo hasta llevarlo a la muerte, entonces, es posible que una ciudad entera pueda ser arrasada por el aroma que se capta en ella o llevar a sus pobladores a violentarse unos contra otros, o a ser de tal o cual manera.
Cuando un olor es constante, llega a acostumbrar a nuestro olfato y se nos convierte en imperceptible aunque este, continúe influyendo en nuestro organismo[1]. El día que un gobierno llegue –si es que ya no lo está haciendo alguno- a controlar a su población por medio de los aromas, estaremos perdidos.



[1] Entendamos organismo como un todo físico y psíquico.

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