domingo, 25 de noviembre de 2007

El cuerpo como puente de conocimiento, placer y compasión


“Demócrito de Abdera
se arrancó los ojos para no pensar”
J.L. Borges (Elogio De Las Sombras)


Al nacer no se tiene otra manera de comunicarse, de conectarse con el entorno que mediante los sentidos. El oído, el tacto, el gusto, el olfato y poco a poco –cuando ya se haya podido superar la violencia que la luz tiene contra esos nuevos e inexpertos ojos- también la vista.
Se va adquiriendo, pues, la experiencia por medio de lo que los sentidos nos transmiten acerca del mundo. Antes que podamos desarrollar nuestra capacidad pensante, imaginativa y creativa, nuestras acciones son, sencillamente, una cadena de reacciones instintivas frente a un estímulo.
Las primeras sensaciones buscan aquello que brinde placer al cuerpo: calmar el hambre, sentir abrigo si se tiene frío, comodidad en general. La búsqueda de placer, después de la búsqueda de la subsistencia, es el instinto más potente. Incluso, en algunas situaciones, los seres vivos atraídos por sus sentidos arriesgan la vida, con tal de satisfacer sus necesidades hedonistas.
Si bien es cierto lo que manifiesta Kant sobre la comprensión de dos mundos paralelos: el que percibe los sentidos y el mundo real de los hechos, son nuestras percepciones las que nos dan las herramientas para las reflexiones posteriores. Los hechos en sí pasan a un segundo plano frente al cómo los percibimos.
Sin los sentidos no es posible llegar a la reflexión así como no es posible el pensamiento sin el elemento simbólico de lo lingüístico.
¿Podría Sócrates –desde su realidad histórica- haber reflexionado sobre los elementos éticos a los que conlleva la manipulación del ADN?
El hombre solo puede acceder al pensamiento y a la reflexión cuando sus sentidos lo han conducido a la adquisición de elementos para ello, antes no. Posteriormente a esta adquisición, sin embargo, los sentidos se tornarán en elementos de distracción tal como lo expresa Borges en las líneas que anteceden este escrito.
Esta idea vuelve a ser expresada en su cuento “El informe Brodie” (Ed. Emecé.1970), cuando narra cómo la tribu de los Yahoos eligen –cada cierto tiempo- a un niño como su Rey al que –después del hallazgo de algunos estigmas que denoten que es el indicado- “le queman los ojos y le cortan las manos y los pies, para que el mundo no lo distraiga de la sabiduría. Vive confinado en una caverna, cuyo nombre es Alcázar, en la que solo pueden entrar los cuatro hechiceros y el par de esclavas que lo atienden y lo untan de estiércol”.
Pero el cuerpo no solo es la vía para el ejercicio del pensamiento. Como lo decíamos en líneas anteriores, es sobre todo, una vía hacia el placer –lo cual también se ajusta a la subjetividad de quien lo experimenta.
Este placer, sin embargo, no consiste en la exaltación de los sentidos, de lo contrario se perdería la perspectiva exigiéndose cada vez más de lo que se tuvo en un principio. Ello sería como si el carnaval dejara de ser un momento de liberación para absorberlo todo, para estar siempre presente, entonces dejaría de ser carnaval en su sentido originario[1].
Nuestros sentidos han dejado de estar despiertos como lo estaban durante nuestros primeros años, y poco a poco, se han aletargado, pero es tal la necesidad que tenemos del disfrute de los mismos que la publicidad nos grita una y otra vez a manera de estribillo: “Experimenta tus sentidos”, por esa misma razón hay en la actualidad un auge de los deporte-aventura, de los servicios de sexo “duro”, “juegos peligrosos” de todo tipo, de perfumes, champús y demás que prometen seducir –vía los sentidos- a potenciales compañeros (sexuales).
En la literatura, que es la liberación de los miedos, dudas y problemáticas de sociedades y tiempos, se nos ha mostrado la tragedia que significa la imposibilidad de gozar del cuerpo sensorial: Frankenstein o El moderno prometeo (Mary Shelley: 1818), Crónicas vampíricas (Anne Rice: 1976- 2003), nos transmiten esta desesperación de la soledad que significa la distancia del goce de los placeres de la carne.
Johny tomó su fusil (Dalton Trumbo: 1939), es otra novela que nos hacer sentir que la soledad más dramática es la que se experimenta durante el dolor físico, y es justamente dramática porque es imposible expresar la medida de nuestro sufrimiento en todo su esplendor, esta incapacidad nos distancia y no nos permite la compasión de “el otro” en proporción al grado de nuestro sufrimiento –Unamuno diría padecer con “el otro” en su libro “Del sentimiento trágico de la vida”[2]–. El dolor que un cuerpo siente, solo lo comprende, en real medida, el sufriente.
El cuerpo abraza, comunica, da seguridad a nuestro interlocutor[3]. Es necesario que aquello a quien nos dirigimos tenga un rostro que nos haga sentir su proximidad, su semejanza[4]. Muchas más son las obras literarias en las que nos muestra a los protagonistas sufriendo por un amor irrealizable o por la pérdida de un amor. Estos dolores de amor son ocasionados, en realidad, por la imposibilidad de tener al objeto del deseo –que equivale a una promesa de placer– en nuestro poder.


[1] Del italiano carnevale, haplología del carnelevare, de “carne”: carne, y “levare” quitar. Es decir, quitar la carne, la máscara. (Definición tomada del Diccionario de la Real academia de la lengua española. Versión digital. 2002)

[2] Espasa-Calpe: 2002.

[3] IMVU, Active worlds, Moove, son solo algunos de los espacios de realidad virtual en los que se puede mantener conversaciones con otras personas. Lo interesante es que el usuario puede elegir al personaje construido (a semejanza de este mismo si se quiere) que lo representará en un escenario de tres dimensiones.
En estos espacios de realidad virtual participan centenares de millares de personas de todo el mundo, representados por proyecciones que simulan sentir y que incluso ansían ver el rostro de la proyección del otro para comunicarse mejor, sabiendo que es vano porque solo es una proyección y no una persona real.
Las diferencias idiomáticas no representan una muralla, lo son más el no colocar al personaje proyectivo frente a frente a su interlocutor, actitud que suele ser exigida por los usuarios.

[4] Esto se apreció también en una experimentación hecha en la escuela Italiana de educación preescolar Reggio Emilia, en la que unos niños de 3 y 4 años se angustiaron cuando vieron sentado en su mesa de juegos a un gran muñeco (del tamaño de un adulto y vestido como tal) que no tenía ni siquiera un rostro simbólico (boca y ojos dibujados).

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