sábado, 6 de septiembre de 2008

Motor creativo del escritor: ¿La melancolía o la soledad?


“Es un humor melancólico…,
fruto de la pesadumbre de la soledad,
lo que me metió primero en la cabeza
la ilusión de lanzarme a escribir”.

MICHAEL DE MONTAIGNE


A los trece años empecé a caminar sobre las nubes. Atención: no digo que aprendí a volar, que además de ser falso pues no es el caso, sería trillado, ya que esto de volar como imagen ligada a la imaginación infantil, está más que utilizada.
Al caminar por las nubes me refiero a la sensación de libertad plena y al mismo tiempo de angustia ante la idea de terminar cayendo al vacío. A los trece años, para resumir: empecé a escribir.
A esa edad, un poco antes de iniciarme, no sé si por coincidencia, nos fuimos de casa de la abuela, donde había pasado, hasta ese momento, toda mi vida. Me esperaba entonces, un profundo vacío, lejos de los amigos y del barrio conocido en el que solía rasparme las rodillas, andar en patines y pasear en bicicleta.
Mi nueva casa, se ubicaba en un barrio muy calmo, a unas cuantas cuadras de un acantilado, rodeado de parques y de casas residenciales. Ahí crecí y no me costó tanto, como había imaginado, acostumbrarme.
En ella, la práctica de la escritura se empezó a presentar en mí, más que como una necesidad, como un hábito. Se me hacía cómodo escribir. Podía cortar el teléfono, negarme a abrir la puerta si me encontraba en el proceso de creación del discurso. Podía decir que había construido mi refugio hecho a base de enormes muros anticompañía.
Hoy, lejos de mi ciudad, comparto la casa con seis individuos que atraviesan el pequeño espacio en el que me he establecido para continuar escribiendo. Me falta el olor a mar y su ronroneo, y el amor que abandoné en busca de un algo que terminé olvidando.
Hoy, los autos y los buses hacen vibrar completamente mi casa porteña, pues vivo en el centro de la ciudad. El teléfono y los visitantes irrumpen constantemente mi intento de alejarme de este mundo. Mis ideas son quebradas por llamados impertinentes.
Sin embargo, en Buenos Aires, he escrito mucho más, proporcionalmente, de lo que he podido escribir en Lima. La melancolía me ha llevado por rutas de exploración que en la cómoda llanura de mi vida pasada, no hubiera podido descubrir.
La búsqueda de la soledad es para la mayoría de los escritores una consigna. Estos han creado alrededor de ella, un aura que podría decirse, coquetea con la imagen de lo consagratorio –el escritor consagrado es para el imaginario social un ser solitario, que busca refugiarse de lo mundano y va en búsqueda de lo trascendental
(1) .
La soledad es necesaria en parte del proceso del trabajo del creativo, sobre todo en lo que respecta a la búsqueda de la interconexión entre la idea creada y su discurso estético, pero no puede decirse que sea esta, la generadora de lo creado.
Wilde afirmaba que el ocio proporciona la disposición para escribir mientras que la soledad, brinda las condiciones. Pero, se puede tener ocio y soledad, y esto no será suficiente para adquirir el impulso creador que le haga a uno dedicarse a la escritura. A Wilde le faltó agregar a esta lista de variables observadas, una imprescindible. Hace falta una buena dosis de sentimiento melancólico para crear.
El gran motor de la creación es el humor negro, hijo de la soledad y del recuerdo. De ahí que es fácil confundir a la soledad con la melancolía porque algunas de las sensaciones procuradas por la soledad, son similares a las que se refugian bajo el ala del ángel de la melancolía.
Roger Bartra llama a esta dolencia “mal de fronteras(2)”, y tiene razones para hacerlo. Sin embargo es necesario comprender que estas fronteras son de todo tipo, las territoriales, las culturales, las ideológicas, las emocionales. Es un estar en ningún sitio, es la duda eterna que carcome. Es un dolor profundo del alma que es absolutamente personal e intransferible, lo mismo que el proceso de la escritura.
García Márquez afirma que nadie le puede ayudar a escribir a uno lo que está escribiendo, experiencia que coincide con la de Marguerite Duras cuando afirma que el libro que se está escribiendo no hay que mostrárselo ni al amante ni dictárselo a la secretaria ni mucho menos hay que dárselo a leer al editor: “Alrededor de la persona que escribe libros siempre debe haber una separación de los demás”, dice.
Para Duras es preciso seguir los gritos que nacen interiormente y no parar de escribir hasta que el libro esté terminado. La corrección o la discusión del “creador-escritor” con el “lector-escritor” (3) antes de la conclusión de la obra, genera que el libro en proceso sea destruido dándole nacimiento, sobre sus cenizas, a un nuevo libro, que no es el originario. Por esto quizá es que “nadie ha escrito nunca un libro a dúo” (4) .
Esta soledad que busca el escritor en su desgarre melancólico es la búsqueda de un rincón privado con su sentimiento de orfandad, pero ¿de dónde viene esta orfandad? Esta orfandad simbólica deviene de las pérdidas constantes que han formado al escritor o al artista en general, como ser sensible y sufriente pero al mismo tiempo, consciente de su dolor y sobre todo, de su compromiso(5).
Es cierto que el trabajo intelectual exige una serie de sacrificios. El saber y la reflexión ahuyentan a los dueños y señores del sentido común (6) por dos causas. Primero: la incomodidad ante la comparación con el otro que, frente al primero, le hace notar sus deficiencias de capital intelectual; segundo: pensar, requiere cierta capacidad de resistencia al dolor, tal como nos hace comprender la autora de Escribir(7) .
Duras, enfrentada a su soledad y condicionada por su melancolía, reflexiona, piensa, lucha contra sus demonios, tratándolos de domesticar mediante la escritura para salvarse un poco. Pero ese proceso de lucha asusta y duele, por eso no todo el mundo escribe.
La reflexión puede ser dolorosa porque le hace a uno ser consciente de sus carencias y detenerse a observar aquello que en la vida cotidiana hemos perdido mareados por su acelerada ruleta.
La melancolía llega a encarnarse de tal forma en el melancólico que solo le deja dos opciones para liberarse: la muerte o la distracción(8) .
Puesto que el ocio es una condición necesaria para el melancólico(9) , los melancólicos pueden abocar sus profundos sentimientos de tristeza en las artes creativas.
“La melancolía –decía Proust– no es posible sin la memoria. Sin embargo, la memoria procesa los recuerdos de diversa forma en cada individuo, aun cuando lo rememorado suponga el tratamiento del mismo hecho. Esto se debe a la intervención del imaginario que desarticula las situaciones, dándonos el recuerdo de las imágenes que se ajusten a nuestras necesidades.
A fin de cuentas, un escritor nunca está solo, no solamente porque es imposible lograr una soledad física sino porque el escritor es uno de los oficios más sociales que existen.
El escritor, como el artista en general, pierde su materia prima si se distancia, si deja de observar. Ocurre una anécdota que Julio Ramón Ribeiro(10), nos contó sobre las costumbres bohemias de los escritores en Lima.
Los poetas, más que los narradores, eran asiduos concurrentes a los bares, muchos se perdieron en el camino a consecuencia de estas continuas farras. “A Mario Vargas Llosa –Cuenta Ribeiro– no le gustaba reunirse porque era muy disciplinado en su oficio de escritor, llegando incluso a encerrarse a escribir durante varias semanas. Hasta que un día, desesperado, nos buscó porque el encierro le había causado ‘sequedad creativa”(11) .
La anécdota referida por Ribeiro, ejemplifica cómo el escritor se nutre de los acontecimientos de la vida diaria y como, aunque suelen prosperar aquellos que se entregan a una disciplina dentro del oficio, es perjudicial apartarse del mundo.
Por eso el proceso de la escritura se debe –en lo que concierne a la elaboración de la obra– al abrazo de dos momentos, el de la soledad y el del intercambio. Con respecto a esto, Paul Auster dijo: “Creo que lo asombroso es que cuando uno está más solo, cuando penetra más verdaderamente en un estado de soledad, es cuando deja de estar solo, cuando comienza a sentir su vínculo con los demás”.
Por otro lado, es de considerar que los imaginarios sociales han ensalzado la educación basada en los libros(12). El mundo relacionado con el pensamiento está rodeado de un aura de divinidad.
Esto habría podido hacer imaginar que el escritor y el intelectual han construido su sapiencia basándose en la lectura de libros, siendo más lejana la idea de que todo es legible. “Todo se lee”, decía Marguerite Duras, y es cierto. Es más, el drama mismo de la vida se suele hallar en el mundo observable y palpable. De hecho las obras clásicas, aquellas que han perdurado a través de los tiempos, han sido elaboradas a partir de la observación del mundo, la deconstrucción y la propia reelaboración subjetiva de los autores.

Notas:
(1)Esto, en gran medida ha sido generado por las afirmaciones hechas por escritores consagrados con respecto al tema de la soledad y la bohemia. Franz Kafka, por ejemplo, decía: “Para poder escribir tengo necesidad de aislamiento, pero no como un ermitaño, cosa que no sería suficiente, sino como un muerto. El escribir en este sentido es un sueño más profundo, o sea, la muerte, y así como a un muerto no se le podrá sacar de la tumba, a mi tampoco se me podrá arrancar de mi mesa por la noche”. Mientras que G.G.M –para tomar las palabras de un escritor más contemporáneo– afirma: “Creo, en realidad que en el trabajo literario uno siempre está solo, como un naufrago en medio del mar. Sí, es el oficio más solitario del mundo”.

(2)“La melancolía es un mal de fronteras, una enfermedad de la transición y del trastocamiento”. Cultura y melancolía. Pág. 31. Editorial Anagrama 2001.

(3)Todo escritor tiene en sí un lector y un creador, los dos, al momento de la revisión del texto elaborado se ven enfrentados.

(4)Marguerite Duras. Escribir. Pág.24. Duras ha de referirse más que a un libro, en su concepto más genérico, a una novela. De otra manera no estaría tomando en cuenta los libros elaborados a manera de colaboraciones.

(5)Me refiero al compromiso sartreano “un hombre reconoce su esencia por medio de su hacer” El Ser y la nada. “El escritor tiene el compromiso de escribir libros honestos, libres, que hablen del duelo profundo de toda la vida, que se incrusten en el pensamiento”, sentenciaba Marguerite Duras.

(6)La falta de reflexión se ha constituido como una práctica multitudinaria debido a la orientación “digerida” y reduccionista que los Medios de comunicación masiva brindan, fortaleciéndose de ese modo el sentido común y aplastando, cada vez más, al buen sentido.

(7)El suicidio está en la soledad de un escritor. Uno está solo incluso en su propia soledad. Siempre inconcebible. Siempre peligrosa. Sí. Un precio que hay que pagar por salir y gritar”. Escribir. Pág. 33.

(8)“La soledad, la soledad significa: la muerte o el libro” Escribir, p. 21. Aquí, Marguerite Duras confunde el sentimiento de soledad con el de melancolía. En párrafos posteriores, la escritora expresará la urgencia de escribir para salvarse del sentimiento que la acongoja: “Hallarse en un agujero, en el fondo de un agujero, en una soledad casi total y descubrir que solo la escritura te puede salvar”. (pág. 22).

(9)Anatomía de la melancolía Robert Burton. Ediciones Winograd 2008.

(10)Cuentista peruano de la generación del boom latinoamericano.

(11)Esta anécdota surgió durante una conversación mantenida con J.R.R y Jorge Coaguila (especialista en la obra de Ribeiro y su principal entrevistador) en el año 1994.

(12)La valoración que se le da a la educación basada en libros y al mundo del pensamiento (“Mundo de arriba”) es una herencia del Iluminismo, la misma que rechaza como valores, aquellos que consideran como cultura del “Bajo vientre” y en los que se celebran los placeres producto de las pulsiones básicas: comer, tener sexo, beber. La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento. Bajtin. Alianza editorial 2003.

3 comentarios:

MªJosé Pedraza dijo...

Me enorgullece tener a una amiga tan culta al otro lado del atlántico...dame tiempo y nos encontraremos otra vez. Un abrazo, María José

grupo re-sonando dijo...

escribir creo que es algomás poético que no por ello pesimista que el propio xistencialismo, no solo la soledad y lamuerte, sino la necesidad de contar sentimientos y experiencias ¿dónde queda la idea de contar amores, alegrías y dichas sinfin qu ehay en el mundo aun cuando ésta mismas sepamos todos qu eson mentiras... apegos... etc? ser consciente de ello no significa no poder vivirlas así y disfrutarlas... son mentira, vale, son apegos, sí, pero me gusta y ya está.... y eso lo cuento por si a alguien más también le gusta...
Por eso mismo, el amor no existiría y ya dijo freud que el sexo mueve el mundo, aunque él no debía ser muy existencialista y tampoco movía mucho el mundo...

claro que todo estoson solo palabrs luego opiniones y al final... nada, pura vacuidad, saludos cordiales

rafael caatro

Rupturas dijo...

Es que la melancolía no es necesariamente pesimista. Voy a ampliar, más adelante este concepto, pero puedo decir que existen dos tipos de melancolía -y esto me distancio con Freud- la melancolía doliente, la enfermedad de la que efectivamente Freud habla y la melancolía creativa a la que un trabajo he llamado quijotesca (justamente para diferenciarla de la melancolía-enfermedad a la que apelé soreliana por Julien Sorel de la novela Rojo y negro).
Ahora, no todos puyeden tener melancolía, esta está estrechamente relacionada con la visión del mundo romántica. La melancolía es una actitud frente al mundo y como tal, de manera genérica, no puede ser solo una.
Muchas gracias por comentar en mi blog.